jueves, 28 de enero de 2021

Un relato corto

 Los amigos de Jacinto


Jacinto trabaja en el Banco Riera como responsable del Departamento de Riesgos. Su jefe Luis es un ser amorfo aunque, también hay que decirlo, extremadamente inteligente. Es un ser fofo y amanerado, que fuera del banco se convierte en un ser indefinido, sin llegar nunca a demostrar en el trabajo  su lado mariquita.

Otro compañero de Jacinto es Antonio, al que llaman el Macho Alfa porque siempre cuenta sus conquistas femeninas de fin de semana que  terminan en la cama de un elegante hotel, con una hembra de bandera. Unas historias que nadie cree pero que gusta oir a Antonio; con esa precisión de detalles y de colores que él pone en sus relatos.

El otro compañero de la oficina es Juan, el eterno luchador por la vida. Un hombre amargado y tristón casado con una antigua dependienta de Carrefour y para más inri con seis hijos (los hijos para ella fueron una excusa para no tener que volver a trabajar al super). Además Juan tenía que llevar la contabilidad de dos empresas para complementar su salario en el banco. Luisa siempre le exigía a Juan más dinero para ir a la par que su vecina que había cambiado toda la cocina y el cuarto de baño. Juan era un calzonazo dominado por su esposa y por su caterva de hijos, con edades de ocho a quince años.

Jacinto ¡ay, Jacinto! era y es lo que se llama ahora, con cierto miedo a no molestar, un hombre normal. Sí, normal, sin tara física, mental o social. 

El padre de Jacinto orientó sus estudios, siempre le decía lo mismo: El hijo de un asalariado debe aspirar a más y estudiar aquello que le haga ganar dinero, que para eso trabajamos los cristianos. Jacinto le gustaba estudiar Historia del Arte pero su padre le dijo que eso era una mariconada con la que pasaría más hambre que un tirititero; que estudiara Perito Mercantil para poder colocarse en un banco o en un ministerio. Un sueldo fijo y un porvenir asegurado. Así hizo Jacinto, entró a trabajar tras terminar la mili y todavía sigue en el Banco Riera  hasta su jubilación.

Cuando llegó la edad adecuada se casó con Adela , una prima segunda que era casi boba aunque portaba un hermoso cuerpo. Tuvieron tres hijos, lo normal en la década de los sesenta, también tenían un chalé a las afueras de la ciudad, un coche y cuando se jubiló adquirió un televisor "plasma" para ver las bazofias que  echaban las diferentes cadenas de televisión. Allí se quedaba sentado, frente a la gran pantalla, ya con los hijos casados y solo con la mujer gorda e histérica que le robaba con frecuencia su tiempo de paz con sus absurdas chácharas.

Yo era y soy -se autoconfesaba-  una persona normal, si ser normal es hacer el carajote y esperar envejecer idiotizándome sin hacer nada. Nunca pude viajar y conocer otros lugares porque teníamos el chalé: vacaciones y a la casita de campo. ¿Fuí feliz siendo normal? No se, si supe que siempre seguí el canon, las reglas como cualquier tío normal: estudié lo que quiso mi padre, trabajé y me casé y tuve  hijos y me jubilé y al chalé de los cojines.  Confieso que soy normal, por ende (me gusta más que decir, por lo tanto), soy un cretino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario