martes, 29 de enero de 2019

Un cuento para Febrero

¿Por qué eres "eso"?

Adela conducía un Maserati último modelo. Volvía del Hotel Palace de haber pasado la noche con un cliente, un tal Mr. Holding que le fue presentado por una amiga en el cóctel de inauguración de una exposición de la galería Koxko. Estaba contenta, aparte de su tarifa, había recibido una gratificación de otros 1.000 euros. Total 3.000
 Madrid amanecía, aquella mañana de primavera, con elegancia. El día era fresco y claro; un tono anaranjado iluminaba los edificios más altos de la ciudad indicando que el sol se estaba encendiendo. 
Lo que más le gustaba a Adela cuando volvía de su trabajo, amaneciendo, era ver a la gente salir de la boca del metro para dirigirse trotando a sus oficinas, otros, se metían en las cafeterías recién abiertas para tomar un café. Le encantaba observar este tráfago de gentes, todos a su rollo, todos a dejarse someter, a alquilar su existencia por un salario. Ella estaba al margen de esta vorágine. Ella escogía a sus clientes, a través de la agencia, y ganaba en un día lo que estos desgraciados ganaban en dos meses. 

El suave zumbido del motor del coche era acompañado por la música suave que salía del receptor de radio. Circunvaló las Cibeles y tomó el Paseo de la Castellana en dirección a su apartamento, no muy lejos. Iba alegre, demasiado alegre conduciendo ya que al tomar una curva para desviarse el vehículo derrapó y se estrelló contra un árbol.

Adela se despertó en un hospital. No supo cuanto tiempo estuvo inconsciente, quizá horas, quizá días.
Afortunadamente Adela no estaba en un horrible hospital público, donde el paciente comparte habitación con otros dos enfermos. No, la habitación parecía a la de un hotel. Recordó que su seguro médico era excelente, el más caro. 
Como la luz ambiental que entraba por la ventana estaba amortiguada por la persiana Adela se sumergió en un duermevela. Su mente se desplazó como flotando a su vida anterior, a la vida sórdida de una casa pobre, con unos padres idiotizados por la miseria y por las humillaciones sufridas a los largo de sus vidas de peones. 
Veía, como en una pantalla de un cine, como la casa de sus padres estaba en una calle muy ancha, excesivamente soleada y polvorienta de un mísero pueblo manchego, feo y destartalado. Adela a sus diecinueve años de edad era una mujer con un cuerpo espectacular que ella reservaba para quien se lo mereciera, no era excesivamente bella aunque su rostro irradiaba salud y lozanía y su mirada era penetrante y seductora. No tenía cara de mensa a pesar de ser una pueblerina. Lo único que aprendió sobreviviendo allí fue un curso que hizo en el Inem acerca  de la crianza y el cultivo de los caracoles. 
Adela desertó del lugar y marchó a Madrid  con la intención solo de vivir bien, muy bien. Se lo merecía ¿por qué no?  En la capital refinó su habla, modales y su aspecto físico, aprendió a vestir y a estar. Entró en la agencia, a través de una conocida, y desde allí, por un 20% de comisión de sus ganancias, le buscaban clientes que ella seleccionaba según la "pinta" Los hombres con aspecto chulescos o guarrindongos eran desehechados, los clientes con caras bondadosas y tranquilos y de mediana edad eran sus preferidos. Con su trabajo ganaba mucho dinero que ella despilfarraba sin apenas darse cuenta.


No olía mal aquel hospital y la decoración de la habitación era muy grata. Lo bueno es caro, se dijo recordando el precio de su seguro privado.

-Buenas tardes, señorita Adela
-¿Usted, quién es?
-Soy su acompañante de tarde. Una hora para charlar con usted, para que no se encuentre sola. Así lo establece el contrato de su seguro.
-¡Qué detalle! Una acompañante... qué buen trabajo
-Es que yo soy psicóloga y mi trabajo consiste es confortar y dar ánimo a los residentes de esta clínica.
-¿Y gana usted mucho dinero trabajando de acompañante?
-Unos dos mil euros al mes.

Adela se tapó la mitad inferior de la cara con el embozo de la sábana para disimular una sarcástica sonrisa al mismo tiempo que pensaba: Esta pava gana al mes, trabajando de acompañante, lo que yo gano en una tarde con un cliente... trabajando de acompañante. 

sábado, 26 de enero de 2019


Un libro de mi biblioteca

El miedo a la libertad

Autor: Erich Fromm

Creemos que casi todas las personas nos hemos preguntado que es la libertad, sobre todo los que fuimos criados y educados bajo un régimen tan autoritario como fue desde la posguerra hasta principios de los años 80.

En el año 1994 compré este libro y lo leí en mi tiempo libre. Ahora, 25 años después, en mi vejez, volví a leerlo y como siempre sucede en estos casos le saqué un significado diferente pero muy aclaratorio. 

En la contraportada leemos: "Este libro intenta explicar los aspectos de la crisis contemporánea de la civilización occidental relacionada con la libertad del hombre, acechada por un permanente fascismo y una creciente estandarización de los individuos en las sociedades avanzadas, unas formas colectivas de evadir la libertad"

En el sublime prefacio de Gino Germani se dice: "La democracia puede subsistir solamente si se logra un fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios. El hombre contemporáneo está llamado a refugiarse en alguna forma de evasión de la libertad"

Fromm nos pregunta en el capítulo que titula "La Libertad como problema psicológico" ¿Es el deseo de la libertad algo inherente a la naturaleza de los hombres? Junto a un deseo innato de libertad hay también un anhelo instintivo de sumisión. Cada persona tiene sus propios instintos como el amor, el odio, el deseo de poder y ese anhelo de sumisión; todos ellos son resultantes del proceso social en el que se ha criado y educado.

Frente a la libertad está la sumisión que es el único método para evitar la soledad y la angustia. Es vital para las personas conseguir un proceso de individuación a través de un crecimiento del yo, contando siempre si las condiciones económicas, sociales y políticas son las adecuadas porque si no el hombre caerá en la insignificancia de su propio yo y en su impotencia.

La conciencia es un negrero explotador que el hombre se ha colocado detrás de sí mismo y que le obliga a obrar de acuerdo con los deseos que él cree suyos propios, mientras que en realidad no son otras cosas que las exigencias sociales externas que se han hecho internas.

En nuestra sociedad una persona considerada normal en adaptación al medio social es a menudo menos sana que una persona neurótica. Frecuentemente el adaptado, el normal, se tuvo que despojar de su yo con el fin de transformarse en el tipo de persona que cree que debe ser él. El neurótico, sin embargo, resulta menos mutilado que el normal que ha perdido su personalidad.