viernes, 24 de febrero de 2017

Un cuento: El pubis del ángel

El pubis del ángel 

Jacinto se encontraba sentado en el banco exterior de la estación del tren de cercanías que lo trasladaría a la ciudad con el tiempo justo para abordar un metro y llegar al trabajo minutos antes de fichar. 
Aquel día Jacinto sentía por los poros de su piel como una euforia no de alcohol ni de coca, sino de misticismo.  De su mente se desprendían retazos de recuerdos inconexos y un picor mental le provocaba a que renunciara de todos los convencionalismo pequeños burgueses que le habían inculcado desde su juventud. 

Mientras que el tren avanzaba hacia la gran devoradora de parias  comenzó a recordar con todo detalle aquella aventura que le sucedió a sus 23 años de edad cuando él trabajaba de valet en un hotel de lujo de Londres. Un día recibió una llamada desde la suit imperial donde se alojaba el presidente y la primera dama de un país centroamericano. Cuando Jacinto entró en las dependencias de la dama se sorprendió que a pesar de tener esta un cuerpo escultural poseía un rostro de muchacho, como de un efebo griego trasplantado al siglo XX. 
La señora ordenó al valet para que le subieran la revista Time de la semana y una botella de ron. 
Como la encargada de habitación no estaba dispuesta Jacinto en persona llevó la revista y una bandeja con la botella, unos vasos y un cubilete de hielo. Llamó suavemente a la puerta de la suit siendo recibido por un ser mitad andrógino mitad serpiente que vestía una bata tan transparente que se veían hasta sus ideas. Sin mediar palabra la dama cogió al valet de la mano y lo llevó en un suave remolque hacia la cama. La mujer-hombre-ángel folgó apasionadamente con el joven empleado. Media hora después Jacinto salió al pasillo aturdido y ajustándose el nudo de la corbata, con cara de lelo  y no comprendiendo aún lo que le había sucedido.
Mientras bajaba en el ascensor hacia la recepción Jacinto aún se preguntaba con quien habíase ayuntado. Todavía dudaba si había hecho el amor con una mujer, con un andrógino o con un ángel asexuado. Un ángel, que como todos, nadie supo decir  si poseían sexo o no pero que él fue transportado al enésimo cielo en la media hora estuvo con la primera dama.

Sus recuerdos se enfriaron cuando el tren de cercanía lo dejó en la estación y fue empujado por la gente al apearse. Entre la muchedumbre Jacinto percibió el olor característico de la esclavitud, olía a resignación y él también, se olía, pero a  gilipollas. 

Foto 2


La época de los ilotas

La época de los ilotas

La manifestación por el centro de la ciudad estaba preparada. El itinerario aprobado por las autoridades competentes. Miles de ciudadanos invadieron el asfalto animados por una charanga bulliciosa que no podía anular los pitidos que con sus silbatos producían los descontentos. Una pancarta en cabecera rezaba: Queremos el amor libre entre ovejas y los seres humanos.

Era una manifestación legal, el pueblo llano tenía que conseguir sus libertades, los ilotas también tenían que satisfacer sus apetencias. Al mismo tiempo, en un salón de palacio, algunos consejeros del Gran Capital bebían un malta a la vez que contemplaban, sobre una gran pantalla, el desarrollo de la marcha de esos ilotas idiotas. "¿Veis, caballeros, como nuestra tesis marcha viento a favor? Dejamos que el pueblo haga lo que quiera con sus costumbres, no importa lo inmoral que sea con tal de conformarlos para que sigan trabajando como esclavos para poder pagar sus impuestos que es lo que nos interesa de verdad"

Desde hacía tiempo todos los gobiernos del bloque occidental llevaron una campaña de cretinización de las masas en un programa que en clave era I.I. (ilotas idiotas). La piedra angular de tal programa, proyectado en una cumbre de poderosos en una ciudad de Suiza, era que se  podía controlar mejor a las masas con engaños que con las armas y que al fin al cabo la única misión de la plebe era estar, solo estar para consumir bobadas y pagar los impuestos deseados por el Poder. No era un invento de ahora, el imperio romano lo hacía con los parias de Roma que solo existían para votar de vez en cuando.

Las masas son fáciles de manejar si hay inteligencia de por medio. Cuando la pasada guerra de Iraq hicieron ver a occidente que tenía que arrasar aquel magnífico país, que era necesario para poder mantener la paz en Europa y América. Inventaron maldades y atrocidades y algunos gobernantes europeos, payasos de la política internacional, siguieron el juego y nos aseguraron que había que asolar el país para pacificarlo. Pura falacia diseñada para ilotas idiotas, para nosotros, que somos mayoría.  

La opinión pública, en la actualidad, dirigida por intereses espurios hace ver a los ilotas de los países desarrollados que se ha de soportar una invasión "pacífica" extranjera,  sin comprobar antes si estos individuos son ex-guerrilleros o delincuentes que nunca trabajaron en sus vidas o si son unos invasores pasivos con fines desconocidos para un futuro. Es un hecho evidente, de los 1.260 millones de habitantes que hay en Africa al menos un 10% de estos pretenderán emigrar a Europa ¿Dónde meter a 126 millones de personas en la UE?




jueves, 23 de febrero de 2017

Un libro de mi biblioteca

La taberna  (Zola)

Cada lector tiene sus preferencias. El Realismo revolucionó en su tiempo a una parte de la clase conservadora del siglo XIX aunque ahora es la única forma de comprobar como vivía la gente del común en aquellos difíciles días.
 Emile Zola supo reflejar en esta novela, con exactitud fotográfica,  como nacía, vivía y moría la gente en pleno desarrollo y mecanización del siglo que afectó a la clase trabajadora de toda Europa.

"Gervasia cojeaba de la pierna derecha, mas no se lo notaba sino los días de gran faena en el lavandero público, cuando se abandonaba, molidas las caderas de tanto lavar ropa ajena. Conocía a la dueña del lavandero, una mujercita delicada, de ojos enfermizos, sentada en una gabinete cerrado de vidrieras, teniendo ante sí los libros de registro, las barras de jabón, sobre unos vasares las bolas de añil en frascos y paquetes de carbonato de sosa.

Gervasia fue abandonada por su hombre. Allí la dejaba sola, coja y con dos hijos pequeños. Tiempo después Coupeau, el plomero, la cortejó y la pidió en matrimonio. Celebraron una boda para los amigos del barrio aunque Gervasia no quería gastar sus ahorros en celebrar la boda. ¿A qué gastar tanto dinero en una comilona? 

Coupeau, al poco tiempo de la boda, sufrió un accidente laboral y tuvo que guardar cama y reposo durante varios meses, algo malo para un obrero ya que se le quitaron las ganas de trabajar. Gervasia era una mujer luchadora y pidió un préstamo para poder abrir una pequeña tienda de planchado para poder mantener a su vago esposo y a sus dos hijos. A pesar de todo Gervasia conservaba aún su lozanía, tenía unos ojos hermosos azules, una boca gordozuela con dientes blanquísimos. Era una rubia bonita y hubiera podido figurar entre la más bella del barrio, al no ser por la desgracia de su cojera. Había cumplido 28 años y aunque había engordado algo no dejaba de ser una mujer deseable.

En la taberna se reunían los de siempre, los ociosos, los borrachos, los obreros en paro y los revolucionarios de salón, de esos que hablan mucho y hacen poco. Uno de estos revolucionarios, Poisson, cuando bebía predicaba: "Quiero la supresión del militarismo, la fraternidad de los pueblos... Quiero la abolición de los privilegios, de los títulos y de los monopolios... Quiero la igualdad de los salarios, el reparto de los beneficios, la glorificación del proletariado... Quiero todas las libertades ¿lo entendéis? y también quiero el divorcio... (Nadie le hacía caso).

Gervasia no aguantaba aquella situación. Los hijos crecidos eran unos golfos, sobre todo la chica que a sus 17 años se fugó con un  comerciante viejo. El marido la maltrataba cada vez que volvía borracho de la taberna. Ella comenzó a descuidar la tienda y a beber para olvidar sus miserias. Se embruteció y descuidó su aseo personal a tal extremo que apestaba envuelta en sus andrajos. A pesar de morir de delirio tremens el violento esposo de Gervasia esta no levantó cabeza. Estaba desolada. Vivía de caridad en el hueco de una escalera porque no podía pagar un alquiler. 

Gervasia se vio en aquel horrible lugar de la ciudad donde las mujeres vendían sus cuerpos a cambio de unas monedas. Ella lo intentó pero fue rechazada hasta que un hombre la reconoció y le preguntó si era ella, la guapa Gervasia de su juventud.



Cine clásico

Cinema Paradiso (1988)

Director: Giuseppe Tornatore

Todas las personas que nacimos y nos criamos en la posguerra, sea esta la civil española o la europea, encontramos en el cine, siendo niños o jóvenes, una válvula de escape de aquella negritud existencial que nos rodeó hasta finales de la década de los 50.

En esta magistral película de Tornatore se cuenta como un niño, amante del cine,se sumerge en la fantasía de la pantalla para huir de las miserias de la posguerra italiana y de su pequeño pueblo sureño.

Pero ¿dónde comienza la fantasía y se pierde el sentido de la realidad? En nuestras mentes, si así lo deseamos. 
En aquel pueblo  italiano del año 1948 el elemento aglutinador de la población es la iglesia y el cine. Un cine, Cinema Paradiso, tan pobre en sus comienzos que los espectadores tenían que llevar sus propias sillas. Más tarde se modernizó e instaló asientos abatibles aunque sirviendo aún como centro de reunión popular, aparte de proyectar películas.
 Allí van las madres con los niños a merendar, las ancianas a hacer calcetas, el pequeño contrabandista a vender tabaco rubio americano, chavales que se excitan con las hermosas mujeres que aparecen en pantalla, pareja de novios que se meten mano, aburridos de la vida que pasan horas y horas en la sala aunque hayan visto la misma película varias veces, etc

Argumento: Un prestigioso director de cine de los años 80 vuelve a su pueblo tras 30 años de ausencia para el funeral de su amigo Alfredo, el proyeccionista que permitió a Salvatore, conocido de niño como Totó,  subir a la cabina del cine para ver gratis todas las películas que quisiera. Totó coleccionaba también los cortes de las cintas de las películas que el párroco cortaba como censura previa a la proyección. Estos recortes era el tesoro secreto de Totó. 
La nostalgia, esos bellos recuerdos edulcorados con el tiempo que todos guardamos, es un aliciente más para sentirnos felices en un momento determinado. Repetimos, es una película magistral con una banda sonora sublime a cargo de Ennio Morricone. Puro arte cinematográfico.