jueves, 29 de octubre de 2020

El Editorial del Blog

 España, del tópico a lo típico


Escribir un editorial usando como argumento la pandemia sería una perogrullada ya que se escribieron centenares de artículos que nos confundieron más que nos informaron de esta crisis que asola a todo el mundo.


En tiempos revueltos ganancia de bribones y oportunistas. Así se demostró tras la guerra civil española (un tema que conozco bien porque hice un trabajo de investigación socio-económica de la década 1950-1959) donde centenares de conciudadanos se enriquecieron ostentosamente explotando la desgracia de la mayoría de los españoles. 

En este maremágnum creado por la pandemia, con tanta confusión, con tanta ignorancia y con tantos oportunistas, peligra esos miles de millones de euros que la UE entregará a sus países miembros. Un cebo, un acicate para estimular el robo y el pillaje a destajo (aparte, quizá, de ayudar de buena fe a empresas y trabajadores). También hay que vigilar esos proyectos espurios  y a veces innecesarios creado por administraciones regionales o locales; vigilar esos trabajos comunales (donde se juega a trabajar más que a trabajar) y tomar nota de  esas empresas que ya estaban en ruinas antes de la crisis y que ahora piden dinero  falazmente para "no dejar en el paro a sus obreros". Controlar a toda esa caterva de personas de mala fe que esperan la oportunidad de llenar sus faltriqueras a costa de la miseria del prójimo.

Ya leímos en el New York Times, hace unas semanas, el artículo donde se decía que los políticos españoles son más peligrosos para España que la propia pandemia. Cuando el río suena...

 No hay que caer en el pozo de las dudas, pues sabemos que hay políticos españoles valiosos ¿dónde? No sabemos,  pero están por ahí o por acá.

Este tiempo de crisis nos obliga a "vivir en crisis" no como si aquí no pasara nada. La gente pretende seguir con sus fiestas y saraos como tal cosa  (el simple mental cree que ignorando su problema dicho problema deja de existir). Las empresas quieren obtener los mismo beneficios que antes de la crisis, el Gobierno debe abonarle  la diferencia. El obrero que está en el paro por culpa de la pandemia, pretende que cualquier organismo estatal o regional le pague su sueldo íntegro ad eternum. Sin olvidar a una parte del personal que trabaja directamente con y de la pandemia que ya están tomando conciencia de su importancia intentando exigir todo aquello que antes de la pandemia no se atrevieron a exigir.  

En época de dificultad es cuando la nobleza o la vileza del ser humano se manifiesta. 

Cuidado con la adipción al dinero, peor si llega fácilmente; corrompe al individuo de la misma forma que la inactividad produce malos hábitos  y vicios como esa triste encuesta donde se  muestra que el 60% de nuestros jóvenes en edad de trabajar jamás doblaron el lomo ni trabajaran, bien porque no encontraron trabajo antes de la pandemia o porque no quieren trabajar en nada y prefieren la protección familiar y la ayuda estatal antes que tener que buscarse la vida. Es triste, muy triste, este alto porcentaje de inanes que tenemos en el país. Y ya se sabe, cuando un individuo deja de trabajar o nunca trabajó le costará una barbaridad integrarse al mundo productivo.

Señores en el poder, haced lo mejor que sepáis, pero siempre con honradez, para que el pueblo común, nosotros, soporte con entereza esta pandemia y administrad con sabiduría los fondos que vais a recibir. Mi abuela decía, al buen administrador de su casa nunca le faltará el pan. 

martes, 27 de octubre de 2020

Una revelación

 Confesiones de un lector


Los gustos y anhelos de un ser humano cambian a lo largo de la vida de éste. Personalmente poseo una biblioteca familiar con más de 3.600 libros de los más diversos temas.

Un día me entretuve ¡tengo tanto tiempo libre! clasificando, sirviéndome del fichero, dos docenas de títulos. Una primera docena de los libros que más me gustaron y que fueron releídos varias veces y otra docena de libro de los que nunca terminé de leer por diversos motivos, por sosos o por liantes. Siempre  bajo mi personal punto de vista. Estos últimos libros están guardados con primor en sus estanterías pero nunca leídos en su totalidad: El Aleph, de Borges; El Capital, K. Marx; Dafni y Cloe, de Longo; El hombre rebelde, de Camus; El Libro Rojo de Mao,  M.T.Tsung; Libro de Amigo y Amado, de R. Llull; Os Lusiadas, de Camoens; Manifiesto de Surrealismo, de A. Bretón; Niebla, de Unamuno; Rayuela, de Cortázar; La tempestad, J.M. de Prada; Yo el Supremo, de A.R. Bastos.


Mi docena de libros "mimados y releídos" : Anna Karénina, de Tolstoi; A.M.D.G. de Pérez de Ayala; La Biblia (solo el Antiguo Testamento); El Cuarteto de Alejandría, de L. Durrell; La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora Roja), de Pío Baroja; La bodega, de Blasco Ibáñez; Confesiones,de San Agustín de Hipona; La Fiesta del Chivo, de V. Llosa; Germinal, de Zola; El Jinete Polaco, de Muñoz Molina; El retrato de Dorian Gray, de O. Wilde; La Regenta, de Clarín.


No pude señalar algunos títulos más de los libros que duermen en los anaqueles de mi biblioteca esperando que mi curiosidad de lector impertinente los lea alguna vez. Como sucedió con aquella gran novela que tardé varios años en leerla y comprender en toda su magnitud y saborear lo que era la buena literatura. Me refiero a la magistral obra de Joyce, Ulises (Ulyses). Adquirí esta novela, editada por la Editorial Rueda, 6ª edición 1972 y con la mejor traducción al español de J. Salas Subirat. Viviendo yo en Granada, en plena pre-democracia, intenté leerla en casa pero nunca pasaba de la página 50. Me agobiaba , no lo entendía, me liaba, me perturbaba. Me aburría.

Muchos años después viví en Dublín y me interesé por la figura de James Joyce. Mi vivienda  no estaba muy lejos donde vivió el escritor y todas las mañanas yo pasaba frente a la iglesia del colegio de los jesuitas donde él estudió. Más tarde visité la casa museo de Joyce, un verdadero camelo, pero que me hizo interesar vivamente por el autor. No vi la comitiva pero si leí en la prensa la pantomina anual del Bloomsday. Compré en la magnífica librería Eason dos libros de Joyce, en inglés que leí con avidez. Me estaba preparando para poder leer el Ulyses en su lengua original ¡Qué naïf era! Antes de comprar el libro visité la biblioteca pública para intentar leer  el primer capítulo de Ulyses y me mareé. El tiempo paso y cuando volví a España cogí la edición en español de Ulises y comencé a leerla con avidez y buenas entendederas, mi preparación surtió efecto:  todo un culto, todo un proceso de iniciación en Irlanda me sirvió para entender y ver en mi mente los lugares donde Leopold Bloom paseó y estuvo.

Dicen algunos críticos que Ulises es la mejor novela contemporánea jamás escrita. Yo lo dudo ya que todo es subjetivo.

lunes, 26 de octubre de 2020

Un cuento para pensar

 La beata de mi pueblo


Toda la clase burguesa de mi pueblo, enclavado en lo más al sur del sur de Andalucía, quedó consternado cuando se enteraron del escándalo. Corría el año 1952


En la España nacional-católica de aquellos funestos años de posguerra la señorita Adela Campota hizo temblar los cimientos de una sociedad respetuosa, con sus saneadas fortunas, con los ideales patrios y religiosos y con el prestigio que daba pertenecer  las grandes familias de bodegueros.


Adela era una solterona de 36 años de edad (sí, en aquellos tiempos una mujer con esa edad solo estaba esperanzada a "vestir santos del altar", es decir, a practicar la beatería como desahogo conceptual, más que espiritual, de su propia existencia) que acompañaba todas las mañanas a su madre a la misa de 8 para comulgar y confesar sus pecados ¿Sueños eróticos? jamás, sino pecadillos pueriles como enfadarse con la criada o comerse a hurtadillas un bizcocho de San Leandro.

 Esta mujer, la beata de mi pueblo, tenía un aspecto agradable sin llegar a ser guapa; iba siempre muy aseada en cuerpo y ropaje y olía muy bien, ligeramente a vainilla dejando un rastro de suave perfume entre los ganapanes que paseaban por las aceras.

 Tras la misa Adela satisfacía su pequeño vicio: desayunar chocolate con picatostes en el Café Rosaleda.

Buenos días, señorita Adela - le saludaba el propietario del café con una sonrisa servil indisimulada. ¿Lo de siempre?- preguntó el vejete mientras llamaba a voces a su sobrino Paco, que le ayudaba como camarero.

Paquito, Paco era un chico recién salido de la mili, muy guapo, de buen porte y con una cara de sinvergüenza que se la pisaba, esto era lo que más le atraía a Adela del chico. Aquellos ojos picarones que la desnudaba cada vez que hablaba con él.

 La madre de Adela odiaba el olor a tabaco frío que se respiraba en al bar y seguía sola hacia la casa. Media hora de libertad plena para Adela para poder desayunar a gusto. Tras una espera de diez minutos aparecía Paco con su bella sonrisa y sus pantalones muy ajustados. 

Sería imposible explicarle a su confesor, un santo varón de una edad provecta y que poseía un halo oloroso a orines humanos, que ella, Adela, sentía un extraño rebullir dentro de sus entrañas cada vez que se fijaba en los ojos del camarero y que sin poder evitarlo también se fijaba, en la portañuela del chico que parecía descansar brevemente sobre su mesa cada vez que se inclinaba para servirla.


Un año después pude enterarme, escuchando a escondida el comentario que hacía mi madre con otra señora, que Adela Campota se había fugado con Paco, el camarero del Cafe Rosaleda y que su madre, la viuda de don Benito de la Hoz Matallamas la habían ingresada en el Hospital la Merced con un fuerte soponcio.


 Siendo yo un mocito de trece años de edad, pude enterarme, por otros amigos, que la interfecta volvió al pueblo con un niño de dos años, fruto del pecado, sin un duro en el bolso y apaleada  (se decía que el tal Paco la molía a palos cada vez que se emborrachaba allá en  Badalona). La anciana madre de Adela nunca la recibió en casa, ni hija pródiga ni otras tonturas bíblicas; no le perdonó aquella ofensa infringida a la familia y al noble apellido del padre.

 Adela, más pobre que una rata no halló refugio en ninguna persona perteneciente a su clase acomodada sino en el cuartucho de una vieja criada que la acogió por caridad cristiana.

 Hasta que murió la anciana madre y heredó  Adela no se convirtió en doña Adela, una dama de 50 años de edad, de misa y comunión diaria y muy dada a repartir limosnas sobreras entre los pobres.  

Noviembre 3