jueves, 27 de julio de 2017

Un irlandés en Mojácar (Relato breve)

Un irlandés en Mojácar

Curiosamente, en este mes de agosto de hace un año nos dejó Ian Flanagan, un querido vecino del pueblo de Mojácar que vivió entre nosotros más de treinta años. Ian hablaba español con acento mojaquero, ayudaba a misa y leía en inglés las epístolas y el evangelio todos los domingos a la abundante colonia irlandesa de Mojácar-Playa. También colaboraba con su trabajo en Cáritas Diocesanas y en rifas y eventos en ayuda a los más necesitados. Era un santo, como decían la gente del pueblo que lo conocía desde hace tiempo. Se rumoreaba que en su país había sido un cura  en algún lugar de Limerick  y que colgó la sotana para poder casarse con una feligresa que murió meses antes de su traslado a Mojácar. 

Jacinto Beinhecho, casi de la misma edad que Ian, era su amigo íntimo. Jacinto poseía una pequeña tienda de artículos de regalos que el mismo fabricaba de escayola y que su amigo Ian, por distracción y para acompañarle, le ayudaba pintar con chillones colores. En estas sesiones de taller Ian se bebía a gollete una botella de vino-costa, de garrafa,  y cuando se encontraba alegre le decía a su amigo: Jacinto, un día de estos te haré rico y famoso. Jacinto le contestaba que se aligerase que solo le quedaba cuatro años para la jubilación. 

Cinco meses después la defunción de Ian Flanagan Jacinto recibió una carta con remite de una notaría de Almería. Tras la comida del mediodía rasgó el sobre y encontró otro sobre abultado con un título escrito a rotulador: "Para ser abierto únicamente por mi gran amigo Jacinto Bienhecho".
Un folio escrito a mano, con letras muy claras, casi de colegial le indicaba que leyera antes los 15 folios grapados que resumía su vida antes de su llegada a Mojácar. 

Tardó algo más de una hora en leer los folios y tras esto leyó la carta-testamento de su entrañable amigo. 
"Querido amigo, siento haberte mentido pero era necesario para mantener nuestra amistad y mi seguridad personal. Meses antes de llegar a Mojácar huyendo de mis problemas en el Ulster tenía yo 32 años de edad, era un miembro activo del IRA y pesaba sobre mis espaldas 26  asesinatos. Sí, como suena, por entonces yo me consideraba un soldado, un guerrillero, según otros un terrorista, que creía que podíamos expulsar a los ingleses protestantes de nuestra patria. Mi primera acción armada fue la colocación de una bomba en mayo de 1973 en Omagh donde murieron cinco soldados británicos y hubo decenas de heridos. Me sentí fatal por aquel horrible acto hasta que me confesé con el padre O'Flerty, simpatizante del IRA, el cual me consoló diciendo que nosotros, los del IRA estábamos quitando la cizaña del camino de Dios para dejar paso a la buena semilla católica de una Irlanda unificada. Dos años después la dirección del IRA me encomendó una delicada misión en tierra extranjera, en Inglaterra. Tras muchos preparativos que no viene al caso relatar, introduje una potente bomba en un Pub de Birmingham. Una bomba también situada dentro del local que murieron 21 personas y casi un centenar de heridos, todos ingleses y protestantes. Cuando pude volver al Ulster fui convocado por la dirección de la célula a la que yo pertenecía y me dijeron que yo estaba quemado, que los servicios secretos de la República de Irlanda y el poderoso M16 inglés me buscaban como objetivo prioritario. Ellos, mis jefes, se lavaron las manos y tras darme una considerable cantidad de dinero me aconsejaron que me esfumara, preferentemente a un país extranjero. 
Mi hermano sí fue un sacerdote católico que colgó los hábitos para casarse con una feligresa. Lo visité, tras muchos años sin vernos y... le robé su pasaporte. Dejé una nota en la que le decía que no denunciara la desaparición del documento, que ya le explicaría, que a él no le servía para nada ya que nunca salía del pueblo y todo el mundo le conocía y le respetaba. Adapté mi rostro a la foto del pasaporte y gracias a que yo tenía un apellido diferente a mi hermano, éramos hijos de la misma madre pero de diferentes padres, me vine a España. Escogí Mojácar porque la colonia irlandesa de expatriados era y es grande. El resto de mi historia tú lo sabes porque las hemos vividos juntos.
Si visitas a una editorial importante en Barcelona casi seguro que te comprarán estas hojas para una novela-documento, "basada en hechos reales" que son las que venden. 
Un abrazo fraternal de tu gran amigo Ian F."

Aquella noche de invierno, porque en Mojácar también hace frío durante esa época, la chimenea ardía alegremente intentando calentar la casa de Jacinto. Este, cogió todos los papeles y los quemó al mismo tiempo que se llenaba un gran vaso de agua lleno de vino de Albondón y palpándose el escroto se dijo: Ian Flanagan, por mis muertos, que siempre será recordado en mi pueblo como un caballero, como un humanista que solo supo favorecer al prójimo.

martes, 25 de julio de 2017

Un libro de mi biblioteca

La represión sexual en la España de Franco.

Autor: L. Alonso Tejada. Edición del año 1977

En la contraportada de este libro se lee: " A lo largo de los últimos cuarenta años del régimen franquista la represión sexual se ha institucionalizado y ha alcanzado rasgos esperpénticos. Consecuencia inmediata del sedicente y pertinaz puritanismo impuesto a fuerza de decretos ha sido la obsesión por el sexo que ha marcado algunos aspectos más pintoresco del comportamiento e incluso de la psicología del español medio".

En aquella España hipócrita se debía aparentar una pureza donde no todos practicaban como aquel cura malagueño, don Hipólito Lucena, que en el año 1959 ideó una congregación de feligresas asociadas en una peculiar hermandad cuyo objetivo era fornicar, por turnos, con el mencionado cura haciéndoles creer  que era una unión mística con Dios a través de él, su ínclito y santo representante. Cuando fue descubierto el putiferio de don Hipólito, se tapó a la prensa el hecho y se le obligó a este rijoso sayón a pasar una temporada en un convento de Austria. 

José Luis de Vilallonga decía que a las españolas las han educado solo para ser madres y cocineras. Pero nunca para ser mujer, donde dar y recibir placer sexual era un pecado mortal.
En una sociedad que promocionaba al estado conyugal a mujeres generalmente sin vocación de casaderas y menos aún sin desear obtener placer sexual  el marido se acostumbró a disociar los conceptos de esposa y voluptuosidad y no tuvo más remedio que echar mano a la querida, una mujer que sí daba placer de verdad y no ocultaba sus deleites amorosos.

La mujer durante el franquismo tenía poco valor. En el Código penal de 1944 se introdujo el parricidio por honor cuando fuese sorprendida la esposa en adulterio por el propio marido; ella era muerta y él, el cornudo, solo recibía una pena de destierro a otra ciudad. Este artículo era una invitación al uxoricidio. No fue eliminado hasta el año 1963.

Todos los gobernadores provinciales dictaron bandos en las zonas de playa que controlaban. Se prohibía a los bañistas, ellos y ellas, estar en bañador en la playa tras salir del mar. Tenían que envolverse en un albornoz que llegaría hasta por debajo de las rodillas. Tanto el hombre como la mujer debían usar bañadores de cuerpo entero, el famoso bañador de peto de los hombre. Hasta el año 1960 no se popularizó el traje de baño masculino, el Meyba y las mujeres más atrevidas usaron el Maillot.

En un estudio realizado por la Universidad de Madrid en el año 1972 se puso a la luz que se practicaron, el año anterior, unos mil albortos diarios en España. Algunos en clínicas privadas, otros en condiciones dudosas de higiene. Aunque las mujeres de clase alta preferían ir a albortar a Londres, Amsterdan o Marsella. 

Así funcionaba la factoría española denominada Gran Reserva Espiritual de Occidente.