lunes, 27 de agosto de 2018

Un cuento de R.V. para septiembre

El torturador (Un cuento Negro para Septiembre)

Paco y Luis vivían sus últimos años de sus vidas en la Residencia  para Mayores Paulo. Una residencia enclavada en un pueblo de la provincia donde sus residentes gastaban sus últimos suspiros entre juegos estúpidos y reuniones terapéuticas con la psicóloga de turno. Esta residencia concertada con el gobierno provincial era dirigida por la hija de Paco de la Hoz, una médica gerentóloga de cierto prestigio. Luis, a sus 82 años de edad, entró en la residencia por recomendación de su íntimo amigo Paco porque estaba harto de ser prestado cada tres meses entre sus hijos, como si fuera un perrito y encontrarse siempre fuera de su entorno habitual. 

Aquel día de invierno cuando Paco se encontraba sentado en la galería del primer piso tomando plácidamente los tibios rayos del sol se le acercó Luis con la cara desencajada, lívido como el mármol y temblando.
Cuando se hubo sosegado dijo a su amigo que había visto, en la enfermería, cuando se ponían la vacuna, a Jacinto Peña, el Rompepiernas, un inspector de policía de la extinta brigada político social de Madrid, muy activo en la década de los años 60. El mismo cabrón que disfrutaba pegando tremendas palizas a los obreros de la Perkins afiliados a las Comisiones Obreras y el mismo bicho que dejó cojo a Paco de la Hoz de una patada que le dió en la rodilla mientras estaba esposado en los calabozos de la DGS de Puerta de Sol.

Cálmate Luis y dime de verdad que ha reconocido a ese hijo de la gran puta -intentó calmar Paco a su amigo. De verdad, es él. ¿Recuerda que el mamón tenía una mancha, un antojo, en el cuello, tras la oreja izquierda y que apenas se le veía cuando tenía abrochada la camisa? Pero cuando se quitaba la chaqueta y la corbata y se arremangaba para pegarnos se le veía la mancha, en forma de jamón, además de otra mancha que tenía por encima del codo del brazo izquierdo. Y eso no se puedo, disimular ni quitar. Es él, además su voz, aunque algo cascada, es la misma. 

Los dos amigos decidieron contar todo a la hija de Paco, la directora de la residencia. Ella era muy niña, pero recordó con claridad, cuando llevaron a casa a su padre todo destrozado y cojo tras recibir una paliza por el Rompepiernas. Recordó que cuando se recuperó de las heridas su padre cayó en un fuerte depresión y perdió el trabajo y su madre, una guapa andaluza, tuvo que hacer malabares para dar de comer a sus cuatro hijos. Pasaron hambre y miserias.  Ella pudo estudiar porque una tía, hermana del padre, le costeó la universidad donde pudo sacar su carrera de medicina. Este asesino de obreros está  ahora bajo mi techo -dijo entre dientes Adela de la Hoz.
Vosotros dos haced vuestra vida normal, no comentar nada, olvidad todo. Yo me encargaré de hacer justicia.

Pasaron varias semanas y un día en la cola de la pescadería una vecina comentó en voz alta con otra. ¡Hay que ver como es la vida! Un anciano de la residencia que está junto a mi casa se ha caído por la escalera y se ha desnucado.
Es que las cuidadoras no ponen atención -contestó una mujer con cara de garbanzo mientras pagaba su compra.  

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