domingo, 26 de agosto de 2018

Otro cuento para Septiembre

Fortuna Imperatrix Mundi  (Otro Cuento para Septiembre)

Adela Cantasosa, 48 años de edad, soltera, virgen, pueblerina y cuidadora por obligación de su madre. Una anciana dominante, posesiva y cruel, hasta el extremo de convencer a su hija para que se quedara con ella ya que le decía que todos los hombres eran una encarnación del propio diablo, que solo buscaban yacer en la cama con ella.
 Adela, de por sí timorata, ignorante y algo boba siguió los consejos de su manipuladora madre y se quedó soltera aunque le picaba de vez en cuando el deseo de liberarse de esas invisible y poderosa cadena que la sujetaba a su madre, doña Juana que llevaba a cuesta sus 76 años de edad, enfangados en malicia y sometimiento.

Juana siempre decía entre sus amistades más íntimas, que lo que más temía en su vida era quedarse sola en aquel enorme caserón, con tantas fotos desteñidas de familiares idos y con una criada casi tan vieja como ella. Cuando enviudó se quedó con una buena fortuna y con cincos hijos, tres chicos que viven fuera de la provincia y dos hijas, la mayor, que no cuenta, porque es una pendón y es artista teatro y Adela, la más sumisa y buena, la escogida para "su vejez", comentaba casi en voz baja.

Lo curioso de esta historia es que Adela todavía estaba de buen ver a su edad, no era alta pero conservaba un cuerpo de adolescente y una cara muy grata, casi beatífica y con un brillo especial en sus ojos que ardían como ascuas cuando, sin poder evitarlo, se fijaba en las entrepiernas de los hombres que encontraba por la calle cuando marchaba al triduo de San Blas.  Ver una bragueta para ella era como ver la estrella polar para un marino, se suponía que era o sería su salvación aunque Adela era tan tímida que le asustaba incluso hablar con su confesor, un cura viejo y bondadoso que la guiaba espiritualmente  cada vez que le contaba esos desvaríos y suposiciones. 


Adela llevó a la madre a la iglesia, como todos los días que duró la novena del Patrón del pueblo. Empujaba con delicadeza la silla de rueda de su madre que no estaba paralítica sino que únicamente le molestaba caminar. A la salida de misa ordenó la madre que parara la silla rodante para hablar con unas vecinas. Adela dejó el misal y las hojas de los himnos sagrados a su madre y le dijo "ahora vuelvo". Adela pegó un trotecillo hacia una furgoneta blanca que estaba aparcada con el motor en marcha. Era la del tapizador ambulante. Un buen mozo, joven y guapo, todo un ejemplar masculino como el que se le parecía en sueños y la tentaba, la tocaba y la gozaba. El diablo, hija, eso es el diablo, le decía su confesor cuando le contaba su sucio pecado erótico.

Es viernes por la tarde en el pueblo de Villardom. Las mujeres acuden a la peluquería como cada semana. Antonia pretende dar el bombazo con una noticia-pregunta "¿Sabéis que Adelita, la santurrona, se ha fugado de casa con el tapizador ambulante? Eso es ya historia hija, ayer por la noche nos enteramos y dicen que abandonó a su madre, en su silla de ruedas, a la puerta de la iglesia.
Pues que se joda la bruja de su madre, que la tenía metida en un puño- dijo una vecina con cara de garbanzo. 

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