jueves, 25 de febrero de 2021

A modo de reflexión

 Satisfacción e impresión


Cuenta un escritor español que entre todas las sensaciones gratas que tuvo en su vida (excluyendo los placeres mal llamados animalescos: comer, copular, beber, dormir, etc.) fueron sus experiencias intelectuales además de viajar por toda España y parte del mundo.

Leguineche en su obra "El camino más corto" contó aquel gran viaje que realizó a sus 23 años de edad a bordo de un vetusto Land Rover, por todo el mundo. Corría la década de los años 60, "cuando los jóvenes teníamos inquietudes".

Viajar es un enorme placer que ya practicaron Colón, Marco Polo, Vasco de Gama, James Cook, Darwin y muchos otros. 

Me cuenta Ramón que estando trabajando en una oficina técnica en Madrid, se preguntó a sus 22 años de edad, si allí se quedaría hasta la edad de su jubilación. Algo que le aterrorizó tanto hasta que le hizo desear en poner tierra por medio y buscar una vida de  aventuras y de nuevas sensaciones en otras latitudes. Total que preparó todo para poder saltar al otro lado del Atlántico; pero lo que más recuerda, me dijo Ramón, fue el viaje en sí mismo.

 Lo que más recuerda con cierta nostalgia es la emoción y el placer de ir a lo desconocido, a otro país, sin conocer a nadie ni saber donde se alojaría o donde trabajaría. La aventura, la incertidumbre era los que más le estimulaba, era como una droga para él.

Aquella mañana de primavera cuando se vio a bordo del avión, un DC-8, entre desconocidos, cuando sintió las cuatro turbinas girar antes de tomar la cabecera de pista se sintió como en el cielo. Todo era de ensueño, diferente a lo habitual: la música ambiental,  poder ver las nubes bajo sus pies,  aterrizar en Lisboa para recoger más pasajeros, esa comida del catering, la bolsa que recibió con un juego de aseo y unas suaves zapatillas de viaje, las revistas  y los cigarrillos gratis y sobre todo poder contemplar el Océano Atlántico desde varios miles de metros de altura.

 El DC-8 descendió suavemente y a lo lejos, casi al ras del mar, según creyó el joven andaluz, se veía acercarse una isla. El avión se dirigía como para chocar con una enorme acantilado, pero no, aterrizó suavemente en el aeropuerto de Santa María de las Azores para recoger a más pasajeros. 

Tras el despegue las agradables azafatas ofreció otra comida y unas toallitas húmedas y calientes para las manos. No pegó ojo en toda la travesía hasta sorprenderse cuando dijeron por megafonía que el DC-8 estaba sobrevolandoTerranova. Abajo, en el intenso azul del mar, se podía ver con claridad numerosos témpanos de hielo y entre ellos barcos de pesca. Todo un espectáculo hasta que el avión tomó rumbo al sur pasando antes sobre un paisaje montañoso nevado, todo blanco. Se aproximaban al aeropuerto de Montreal. Fué una fecha inolvidable para Ramón, un día del mes de abril del año 1968. El chico era joven, curioso, decidido, perseverante y con una enorme ganas de vivir .  


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