lunes, 28 de septiembre de 2020

El Editorial del Blog

 ¡Sácame de aquí!  (Parábola de un pensador)


Este no es un grito desgarrador sino una súplica de algunas de aquellas mujeres del medio rural que rogaba a sus esposos, en la década de los años 60, para que, de vez en cuando, la paseara o la llevara a la capital para airearlas de tanto sofoco vital por estar de por vida encerradas en un pueblo pequeño y aislado.

Si de antemano una ama de casa, casi sin derechos, suponía que su marido no era capaz de llevarla de tiendas o a merendar a la ciudad, ésta se la ingeniaba para conseguir una imaginaria dolencia o enfermedad que solamente un especialista del gran hospital podría tratar. Cuando con arte y con zalamería conseguía un volante del médico de cabecera para ser vista por un galeno capitalino saltaba de alegría, pero por dentro.

 Bajaba de la Alsina y se veía libre, lo primero que hacía es ir a desayunar a una cafetería preciosa, después subía a la segunda planta y le  contaba sus dolencias al médico. Al término de la consulta salía corriendo hacia el centro de la ciudad para visitar todas las tiendas y comprar, sin que se enterara el menda, aquello que tanto le gustaba. A las 4 de la tarde volvía el bus hacia el pueblo. Adela iba plena, esplendorosa, gustusa por estar casi un día sola en la ciudad. ¿Y tu dolencia? Le preguntaba el marido sin demasiada vehemencia. Cosas de mujeres, contestaba ella mirando de reojo el paquete disimulado tras el sillón. 


Si este truco fuera posible para saber qué diantres pasa con nosotros, los españoles, con este maremágnum de la Covid 19 y con ese politiqueo esperpéntico, de una dialéctica tercermundista abominable entre los partidos políticos de derechas y sus afines con los de izquierdas y sus adláteres mandaríamos al infierno a todos nuestros representantes políticos. 

 Por desgracia no podemos hacer como Adela, escabullirnos, aunque sea por unas horas, del aburrimiento y de la ignorancia que asola a ese villorrio llamado España.

 Estamos hartos de tantos dimes y diretes, de tantas amenazas, mentiras y promesas mal urdidas. ¡Sácanos de aquí! gritaríamos al unísono los ciudadanos. Pero no, estamos obligados a tener que sufrir en nuestras carnes tanta ignominia, tanta ignorancia y tantas idioteces.

¿Y el pueblo llano, qué dice? Desorientado como siempre, aunque vea a través de los medios informativos y de las redes sociales, como actúan nuestros líderes.

 Ese mimetismo colectivo que dicen que tenemos la plebe se pone en marcha e incita, que una parte de ese mismo pueblo, le importe un ardite las mascarillas, el contagio, las UCI y el sursum corda. Ellos, las masas, son como niños alborotadores; lo que quieren es ir a los bares, demostrar que son infelizmente felices y que no les ordenen lo que deben hacer o no.  

Recuerdo cuando don Antonio escribió:

"Ayer soñé que veía,

a Dios y que Dios hablaba,

y soñé que Dios me oía;

después soñé que soñaba"


Y mi admirado Miguel H. tampoco se quedó corto:

"En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y de hambres"

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