martes, 26 de septiembre de 2017

Viajar

Buscando la Raya del Reino Nazarí

Aquella mañana de abril del año 1988 amaneció despejada y muy fresca. Era un día típico de primavera y el más adecuado para montar en moto.
Tenía interés desde que leí un tratado sobre el Reino de Granada por comprobar donde se hallaba la frontera noroccidental del siglo XV entre los moros y los cristianos. No tomé la ruta que desde antiguo iba de Granada a Guadix, que en los años 80 era un  camino de tierra pisada desde el pantano de Quéntar hasta La Peza. En su lugar circulé por la carretera que construyeron los franceses, que era la actual Granada-Murcia. Pasando por el Puerto de la Mora ya sentí los síntomas de un frío atroz que se colaba por entre mi ropa de motorista y por alguna pequeña abertura del casco integral. No obstante, y a pesar del frío, en la recta de Diezma puse la máquina a 125 km. por hora, que era la velocidad máxima que mi enduro corría en sexta velocidad. Un peligro nada despreciable, considerando el denso tráfico y los pesados camiones de entonces. Paré en un ventorro casi con síntomas de congelación.  Tomé dos cafés hirviendo, un bocadillo de chorizo y una copa de aguardiente; esperé hasta entrar en calor.  

Como todos los motoristas sabemos, cuando se siente el latir del motor bajo las piernas uno se transfigura y se olvida de cualquier posible  miedo o precaución, nos hacemos todos nosotros unos inconscientes involuntarios. 

Crucé Guadix y Baza y tomando una carreterilla  me hizo pasar por El Baúl para seguir hacia Galera.
En este lugar, en Galera, paré la moto junto al arcén de una bacheada y mal asfaltada carretera y divisé las cuevas y el lugar que históricamente me llamó tanto la atención por la crueldad allí ejercida. En el año 1570, durante la rebelión de los moriscos Don Juan de Austria, tras un largo y duro asedio pudo entrar en el castillo  y ordenó a sus tropas pasar a cuchillo a todo ser viviente, animales, mujeres, ancianos y jóvenes mayores de doce años de edad. Una matanza donde murieron unos dos mil moriscos refugiados o combatientes de aquella pequeña fortaleza.
Divisé Huéscar y entré en el pueblo a bordo de mi moto y sin bajarme, para salir a la carretera y pegando un acelerón puse rumbo hacia La Puebla de Don Fadrique (que se encuentra a 189 km. de la capital granadina, creo que es el pueblo más alejado de la provincia). En la Puebla paré sobre las 3 de la tarde para comer cordero segureño que  por cierto estaba más duro que un cabrón pasado de años; tras la comida  descansé unas horas para visitar el pueblo y repostar gasolina. Antes del salir del comedor  el camarero  me dijo que días atrás, por la sierra que yo cruzaría, cayó una enorme tormenta  y que además, me dijo misteriosamente, era una ruta muy solitaria, peligrosa y misteriosa, que por allí pasaban cosas raras. No me explicó más.  También me informó este hombre que su pueblo, al que yo noté cierto señorío, tuvo en sus buenos años 8.000 habitantes antes de la emigración y que  ahora ( nos referimos a 1988) solo tenía unos mal contados 3.000 habitantes. 

La carretera que sube a la provincia de Jaén, a Santiago de la Espada, es tan solitaria que no me crucé con nadie durante todo el viaje hasta llegar a la puente sobre el río Zumeta que marcaba la frontera o raya natural entre el territorio cristiano de los Caballeros de Santiago y  el reino moro de Granada.
 Como estaba oscureciendo trepé al pueblo serrano jienense y allí no había alojamiento, ni pensión ni fonda. Un guardia municipal me llevó a una casa particular donde me dieron  cena, cama y desayuno por doscientas pesetas (algo más de un euro y cincuenta céntimos de ahora).

A la mañana siguiente volví  a Granada, parando solo un par de veces,  con una grata sensación en el cuerpo y en el corazón por haber estado en la frontera histórica que tanto buscaba. 

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