lunes, 29 de diciembre de 2014

Mi vena de escritor...

Villardom

Esta es la primera novela que me editaron hace años a través de una editorial catalana de la que entresaco unos párrafos:

"Maldito el día que embarcamos en aquel crucero por el Mediterráneo. Tenía que distraer a Silvia, mi esposa, que acababa de sufrir uno de sus frecuentes episodios depresivos. Reconozco que me equivoqué al casarme con ella, fue un dislate."

"Recuerdo el día que conocí a Silvia, la hija casi autista del propietario y director de la prestigiosa galería de arte Ergo, enclavada en la calle Serrano, en Madrid. Hablé con ella por primera vez en la inauguración de una exposición del pintor Zorki a la que fui invitado en calidad de marchant de arte.
Silvia, la muchacha tímida que había visto antes trabajar tras los cristales de la oficina de la galería, se me acercó y tomándome de la mano me llevó frente a una obra y me dijo: ese eres tú.
Me quedé petrificado ante la osadía de aquella tímida muchacha, que  no era guapa ni tampoco fea del todo. 
-Tú siempre huyes de mí, me miras y no me ves, me deseas y no me lo dices-  susurró sin parpadear, como una especie de muñeca mecánica."

"El climaterio raramente afecta el aspecto de la mujer, ni disminuye su capacidad y deseo sexual. La afección nunca es tan intensa para requerir tratamiento alguno.
Cerré el libro que estaba consultando para intentar comprender el cambio de carácter de mi esposa desde hacía unos meses. No pude evitar fijar mi mirada en Silvia que se encontraba haciendo petit point junto a la ventana del salón que daba al jardín de casa al mismo tiempo que canturreaba una canción con sonidos interdentales."

"Tras aquel episodio depresivo, una vez mejorada Silvia, nos embarcamos en el crucero Alice para hacer una travesía por el Mediterráneo. Según receta del psiquiatra. 
-¿Sabes? - me dijo Alicia apoyada sobre la barandilla mientras miraba el azul intenso del mar de una tarde de verano. Creo que mi gran problema -continuó hablando Alicia mientras yo encendía un cigarrillo- es mi padre. Nunca pude emularlo, él siempre fue un triunfador en su profesión y yo una especie de parásito que vivía bajo su sombra. Fui incapaz de dirigir sola la galería como él, yo necesitaba secretarias y asesores. Además me ahogaba la idea de quedarme sola en el mundo, cuando papá muriera, por eso decidí casarme contigo"

"Adela, la empleada ejemplar de Ergo, volvía a casa después de una jornada de trabajo. Dobló la revista que estaba leyendo, entornó sus ojos ocultos tras unas gafas oscuras y se dejó llevar  por el tren suburbano que la acercaba hacia uno de esos feos pueblos del extrarradio de la capital llamados ciudades dormitorios y que ahora llaman área metropolitana. Pero al fin y al cabo, un barrio  heredado de emigrantes andaluces, extremeños y manchegos.
 Ella se merecía algo más; ya trabajaba en Serrano y ganaba dinero pero no lo suficiente como para independizarse del hogar paterno.
El ruido y el olor a miseria del vagón del metro no la distrajo de sus pensamientos: estoy convencida que no padezco de esquizofrenia, soy consciente de que  no me enajeno del mundo real al que tengo que soportar, ni lo sustituyo por otro de fantasías, sino que mi nuevo mundo trabajando en Ergo me ha hecho ver que es posible vivir de otra manera. La existencia de un mundo mejor está a la vuelta de la esquina, anhelo encontrar una vida más excitante, más completa, más llena: me la merezco. Tengo 26 años de edad, soy terriblemente atractiva (los hombres me miran con pasión) y además me considero medianamente inteligente. ¿Padezco esquizofrenia porque aborrezco la sordidez de mi hogar, de mi barrio, de mi entorno, de mis antiguas compañeras de trabajo de la hamburguesería?"

"Olía a berza y a refrito en la escalera de su casa. Los televisores a todo volumen  emitían la serie de moda y todavía quedaban  niños jugando en el portal, a pesar que pasaban las 10 de la noche. Cuando Adela llegó a casa y tras saludar con un lacónico hola a sus padres, se quitó los zapatos y la chaqueta y se sentó para continuar leyendo la revista "para mujeres elegantes", como rezaba el subtítulo. El padre, con cara de simio idiótico, se aferraba a un tetrabrick de vino peleón, del que bebía directamente de la boquilla y sin quitar la vista de la pantalla del televisor callaba, él siempre callaba, mientras que su madre le hacía sufrir con el flop-flop del arrastre de las suelas de sus zapatillas golpeando el pavimento enlosado entre la cocina y la salita. Adela se esforzaba mentalmente para aislarse de aquel sórdido ambiente y leía: "El hombre propone y dispone. Tan solo de él depende poseerse por entero, es decir, mantener en un estado de anarquía  la cuadrilla de sus deseos, de día en día más temible. Todo esto se lo enseña la poesía. La poesía lleva en sí la perfecta comparación de las miserias que padecemos"
-Niña, la cena está lista - gritó la madre por encima del sonido del televisor. " 



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