miércoles, 1 de enero de 2020

Un libro de mi biblioteca

La zanja

Autor: Alfonso Grosso 

Como librero tuve la suerte de tomar un café, en Granada, con Alfonso Grosso cuando con motivo de una firma de su libro finalista del Planeta fue a esa localidad. También estaba Jesús Torbado, el ganador. Entre los tres mantuvimos una conversación amena sobre la belleza de las mujeres granadinas y sobre literatura, sobre los escritores españoles del momento. Yo le comenté que me consideraba un cuentista diletante. Que me encantaba escribir cuentos cortos. Grosso me recomendó que siguiera con mi trabajo  actual, que en España  era difícil vivir... del cuento.

"La zanja. Los hombres en paro forzoso llegaron a la plaza y se sentaron en los bancos de azulejos, frente al ayuntamiento. Los hombres discuten ahora la posibilidad de formar una comisión que vaya a hacer una visita al alcalde. Los guardias urbanos, con sus guerreras blancas de verano, su pantalón azul y su porra colgada del cinturón, pasean su ronda cerca de ellos, esperando oír algo para comunicárselo al alcalde.

Entran los tres en la taberna y se colocan delante del mostrador. Se fríen patatas en la cocina y el humo pegajoso se agarra a las gargantas. Del salón contiguo llegan los tacazos sobre las bolas de billar.
-¿No te da vergüenza beber con dos mataos como nosotros, un señorito como tú que trabajas y vives en Francia?
-Búscame un trabajo allí que deseo salir de este miserable pueblo. Tu sabes que cuando hay que doblarla la doblo como el primero. Pero no aquí. Con un sueldo de hambre poco se le puede exigir a un hombre. Que si tu quieres no cojo más el piochín para cavar en esa zanja de los cojones. No quiero que me pase como a Carlos que se puso enfermo y cuando le dieron de baja le despidieron. Sí, le quedó el seguro del paro pero a los seis meses le cumplió y pasó más jambre que un caracol.

Doña Mercedes, la dueña de la pensión, atravesó el patio despacio. Sueño de deseo aprisionado comprimido, de mes y pico de abstinencia. Fantasía imposible que le corre por las sienes como un caballo a galope, como un ternero desmadrado. Mientras sube la escalera intenta atornillar su pensamiento, sujetándolo con fuerza; pero el deseo se le astilla en mil pedazos de cristal que se clavan mientras más pequeños se hacen. Arriba está él. 

La luz del carburo ilumina agria y azul la entrada de la choza. En la noche pura y cerrada la luz es como una canción sobre los alcores solitarios. La luna no rebrilla ya sobre la vía férrea, y en la peña los cuervos y los grajos han silenciado su serenata de graznidos. Rosarito, sentada en la puerta, abre de pronto los ojos a pesar de no haber oído ningún ruido extraño. Rosarito siente miedo y temor de que un desconocido se acerque de noche a buscarla, a ella que vive sola"  


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