martes, 31 de diciembre de 2019

Estudia niña, estudia (Un cuento)

Estudia niña, estudia

 Confesiones de una mujer perdedora.

"Me  llamo Adela Cataplana, solterona diplomada (nunca tuve novio ni menos aún amantes), tengo casi cincuenta años de edad y mi ocupación actual es la de ser paseadora de ancianas. Me siento fatal; no estoy frustrada ante la vida sino que reconozco que soy una perdedora integral. Una nada entre la nada.
Recuerdo  que de niña mi madre, muy buena pero muy simple, fue abandonada por mi padre que se llevó todos los ahorros que había de la libreta familiar; yo tenía doce años de edad y nos dejó en la ruina total. 
Mi madre siempre me decía: Estudia, niña estudia para ser alguien el día de mañana y no depender de ningún hombre para poder vivir.  ¡Pobre madre mía, abandonada por un hombre, mi padre, que la dejó en la miseria y con dos hijos, yo y Pablito.
Pudimos salir del escollo económico gracias a las magras ganancias de un pequeño olivar y a un más pequeño viñedo que tenía mi madre, herencia de los abuelos. Pasamos casi hambre física. Afortunadamente mi hermano ingresó, con una beca del obispado, en el seminario menor de la capital y más tarde llegó a ser cura.. Una boca menos que alimentar, decía mi madre con resignación.
Cuando terminé el bachillerato me matriculé en la universidad pública provincial para estudiar, durante cinco años, la carrera de Psicología Aplicada Empresarial ¿Quién me asesoraría para meterme en ese berenjenal?
 Mi madre sacaba dinero a duras penas para costearme el alojamiento compartido con dos estudiantas que cuando se enfadaban conmigo me decían: Tú llevas el paso cambiado Adela, tu deberías haber estudiado una carrera de pobres, como nosotras: magisterio o enfermería y no ese galimatía de "carreraza" de cinco años.  Llevaban razón las dos, ¿Yo, psicóloga? Una chica tímida, calladita, que tartamudeaba ante cualquier persona desconocida y que tenía un cerebro lleno de incertidumbres?
Cuando conseguí el título de Psicología Aplicada Empresarial no supe como hallar trabajo. Conseguí en diez años solo tres entrevistas pero fueron unas horrendas experiencias. Yo tartamudeaba, me ponía roja de vergüenza y no era rápida contestando cuando el entrevistador me hacía unas simples preguntas.
 Mi madre ya no podía enviarme más dinero para seguir yo estudiando másteres o cursillos. Una forma que tenía para alargar mi permanencia con el limbo estudiantil, donde siempre encontré refugio.
Cuando murió mamá mi hermano, párroco de Villatocino, me consiguió en el pueblo donde él ejercía, un trabajo como asistenta o cuidadora de ancianas. Mi misión era levantarlas  de la cama cada mañana, ayudarlas a vestirse, hacerles el desayuno y pasearlas por el parque en una silla de rueda.
Aquí me veo ahora con una titulación universitaria y tres másteres empujando a una señora que por cierto antes fue, en su mocedad, la sirvienta de mi tía Facunda.
Estudia niña, estudia ¡Soy el yin de las desgracias! Soy una nadie entre gentes que son alguien". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario