jueves, 30 de julio de 2020

El Editorial del Blog

La resilencia, el aguante y la adaptación

Desde siempre se dijo que la persona que durante su vida soportó con gallardía cualquier adversidad suele ser más dúctil, más resiliente ante cualquier catástrofe que el individuo que se abate fácilmente. 

La palabra resiliencia se usa para dar a entender que una persona, tras una desgracia o un fracaso social, personal o profesional se levanta sin sufrir ningún trauma depresivo. 

En España una parte de nuestros jóvenes pretende vivir como si nada malo pasara. Nos referimos a esta malévola pandemia de la Covid 19. Es comprensible para esa gente que vive en un estado de complacencia absoluta, de sonrisa bobalicona, de ganas de fanfarria y juergas, antes de la pandemia y en plena pandemia, lo que pretende eludir es el compromiso social. En realidad suelen ser nihilistas a lo pobre, como dijo Umbral en otra ocasión.

No vamos a analizar todo lo que hay alrededor de esta peste. Los políticos hacen lo que les aconsejan sus ineptos consejeros. Los médicos no saben de la misa la mitad, fueron todos sorprendidos por este virus de origen chino.  Todo esto es comprensible. Lo único cierto que hay en esta debacle es que los ciudadanos, ancianos, jóvenes y desnortados deben evitar el contagio rechazando las aglomeraciones y aceptando la profilaxis, que quizá no sea la más acertada pero es la que salió del imaginario: usar mascarillas, evitar el contacto, asearse con esmero y no embriagarse con esa frase  manida y estúpida "Aquí no pasa nada".

¿Por qué una parte de nuestros jóvenes y no tan jóvenes son tan inconscientes? Por una falta de madurez emocional. Viven aferrados  al eterno complejo de Peter Pam y a la Ley del Mínimo Esfuerzo, desean ser niños para vivir protegidos siempre por sus padres. Solo son hombres para folgar sexualmente, ingerir alcohol y buscar los paraísos artificiales de las drogas. Si en los años 60 del pasado siglo un chico de 25 años de edad era ya un señor, como antes se decía, porque estaba casado, era capaz de mantener un hogar con su salario y  tenía un futuro por delante, hoy en día estos chicos creen que tener 25 o 30 años de edad  es demasiado pronto para entrar en la adultez.

La juventid actual corre un serio peligro por culpa de esta pandemia a pesar que  ellos buscan ignorar la realidad del contagio
pretendiendo usar el aforismo jurista "Ignorantia juris non excusat" Si algunos de ellos cae en las redes víricas de la Covid 19 ya no le valdrá decir "yo no sabía que estando en aquel lugar iba a contagiarme"

El tipo de vida que nos obliga a padecer el coronavirus, esas leyes casi dictatoriales que nos imponen los gobiernos de todo el mundo, la ignorancia supina de la comunidad científica, el dar palos al agua, la confusión que nos somete las redes sociales y los medios de comunicación y toda esa simplezas que tenemos que oír de unos y de otros conforman los eslabones de esa pesada cadena llamada incertidumbre. Ante esto debemos ser todos resilientes, debemos adaptarnos a este triste teatro que la historia nos ha endorsado. 

Don Antonio Machado dijo "Todo pasa y todo queda" Nosotros nos atrevemos a decir Todo llega, pasa y se olvida con el tiempo. Esperemos que así sea y pronto.  
 

domingo, 26 de julio de 2020

El Agosto de la Marquesa (Un cuento para el verano)

El Agosto de la Marquesa 

Puente Negro, un pueblo de la provincia de Córdoba, año 1941. Los segadores, ellos y ellas, vuelven caminando a casa tras diez horas de faena, sudados, sucios y rotos por el duro trabajo. Adela Fuente, 22 años de edad, entró en el cobertizo donde su madre le tenía preparado un lebrillo con agua para bañarse. Se despojó de sus andrajos. Cuando salió fresca y oliendo a jabón casero, una mezcla de sosa y algo más, comenzó a secar su cuerpo. Su magnífico cuerpo, bien formado, de carnes prietas y senos bien puestos. De nalgas angelicales y muslos contorneados. Antes de vestirse hizo el ritual de todas las tardes, verse desnuda reflejada en un trozo de espejo. Poco te queda para dejar de pasar estas calamidades -se dijo Adela mientras se vestía con sus humildes y limpias ropas.

¿Cómo, es que te vas a Madrid? -preguntó la sorprendida madre de Adela mientras que esta preparaba la maleta para el viaje. Ten cuidado con lo que haces -siguió perorando la madre mientras que observaba empacar la ropa- allí en la capital hay muchos sinvergüenzas que cuando te vean tan hermosa harán lo que sea para engañarte. 
Las tablas del asiento de tercera clase del tren se le marcaron a Adela en las posaderas, una huella que le duró varios días. A pesar de todo no se le hizo largo el viaje a la jornalera y de vez en cuando palpaba la carta-contrato de trabajo para trabajar como criada en una casa de postín. 

Pasó un año, quizá algún tiempo más, cuando Adela fue invitada por otra criada para asistir a un sarao de señoritos, ya maduritos, de la alta sociedad. Mil pesetas por la juerga y dos mil pesetas más si ella consentía. ¿Consentía? - preguntó suspicazmente a Juana. No seas tonta, leñe, que te dejes que te monte. ¡ Tres mil pesetas, el sueldo de tres meses trabajando de criada!

Entraron en un hotelito del Paseo de la Castellana. Las dos chicas con más experiencia se fueron con dos caballeros cincuentones. Ella, Adela, tuvo que entretener a un hombre mayor aunque muy pulcro, que rondaría los sesenta años de edad: don Ginés Sarmiento. 

Tras el sonado divorcio, don Ginés Sarmiento, marqués de Sarmiento de Montepelado, casó con Adela Fuentes, ex-jornalera andaluza, ex-sirvienta, ex-meretriz y ahora Marquesa de Sarmiento de Montepelado. Adela tuvo tanto afán de salir de su pasada situación social que en un año, eso sí, con buenos educadores, escribía casi sin falta de ortografía, entendía de la moda parisina e incluso balbuceaba algunas frases literarias.. 

Por la escalera imperial del Gran Casino de Madrid, en la fiesta de gala tras la suntuosa cena, bajaron los marqueses de Sarmiento. Ella elegantemente vestida por Balenciaga y con su habitual porte mayestático, como ausente, pero esplendorosa. El marqués con un frac negro que le sentaba fatal debido a su corta talla y a una chepa que cada vez se le notaba más. La marquesa descendía la escalera casi al compás de la música, todo el mundo la miraba. Más los hombres que las damas.
Adela bajaba un escalón, paraba y miraba a los lados. Solo veía sonrisas de admiración. Llevada  un precioso abanico de marfil, plegado,  en su mano derecha. Como un flash le vino a las mientes su triste y pobre pasado: hacía un lustro que vivía en la miseria en su pueblo cordobés y ahora, con ésto, señaló imperceptiblemente  su "zona privada", la que está por debajo de la cintura, conseguí todo aquello con lo que soñé. 


Cine de Ayer

Al ángel exterminador (1962)

Director: Luis Buñuel

El argumento de la película es chocante a la vez que interesante. Un grupo de amigos de la alta sociedad, tras asistir a un concierto de ópera, se trasladan a la residencia de uno de ellos para cenar y tomar unas copas. Cuando llega la hora de abandonar la casa los invitados se hacen los remolones y ninguno de ellos decide ser el primero por abandonar el sarao. Nadie sabe el por qué de no tener el valor de dar el primer paso: abandonar el salón, atravesar el zaguán y salir a la calle.
 Pasan las horas... y los días. Los invitados ya no tienen que comer. No hay agua y la gente comienza a oler mal debido a su falta de higiene. Incluso se muere un vejete que es encerrado en un armario. La situación es calamitosa. Ellos y ellas se comportan más como animales muy lejos de aquellos educados y exquisitos invitados. De la veintena de personas encerradas, en el gran salón, con las puertas abiertas desde donde se vislumbra incluso parte del jardín, salen a relucir odios, envidias, infidelidades, posibles asesinatos y un sin fin de perversiones inimaginables. 
La escena de la búsqueda de agua es genial. Todos tienen sed. Un invitado percibe que detrás de una pared debe haber una tubería de agua. Con un candelabro destroza un lienzo de pared hasta hallar la tubería que golpea, entonces un fino chorro de agua comienza a manar. La gente se agolpa para beber, hay empujones, hay preferencias, hay de todo lo malo que una colectividad humana puede engendrar.

En realidad Buñuel nos muestra las entretelas de la burguesía acomodada de una gran ciudad con su hipocresía y su miseria, que cuando se le cae el barniz del buen gusto y de la educación recibida puede ser tan desagradable y mezquina como cualquier barrio del lumpen. 

Una frase en el film, en boca de un personaje, dice: "Lo que desde niño he odiado más, la grosería, la violencia, la suciedad, son ahora nuestros compañeros inseparables, es preferible la muerte"