miércoles, 28 de marzo de 2018

Un cuento para leer en Primavera

Caridad, la Bailaora

¡Qué sabrá esta gente lo que es luchar en la vida! -exclamó Caridad Retuerta, natural de Sanlúcar de Barrameda, al tiempo que apagaba el televisor donde acababa de ver a unos tertulianos diciendo memeces sobre el sentido de la vida.
Hostal La Bailaora, en la Plaza de Las Canas de Sevilla, se inauguró a finales de los años 60 del pasado siglo, cuando Caridad, la propietaria, ya era muy mayor para seguir pendondeando a causa de su edad y tener más arruga en el cuello y en sus pechos que el acordeón del mendigo que toca junto a la catedral. 
 Cuando llegó el joven periodista y el cámara para la entrevista  Caridad comenzó como todas. "No se como empezar" - dijo una pintarrajeada ex-bailaora al entrevistador de una televisión local. 

"Mi madre -inició su relato la Bailaora- era una sirvienta de un señorito muy guapo de Sanlúcar y como era costumbre en la posguerra civil entre esos prepotentes, todos tenían derecho a pernada ¿se dice así? con todas sus sirvientas en edad de merecer. Mi madre, la pobrecita, quedó preñada de don Rafael, que así se llamaba el cabrón de mi padre, pero como la miraba bien le buscó por marido a un gañán al que le dio el derecho a cultivar para su provecho, una parcelita a la espalda del cortijo. Allí nos criamos entre mi consentido padre putativo, mi madre que había engordado una barbaridad y yo que cada año que pasaba me parecía más a mi padre. Era espigada y elegante quizá estos atributos movieron a piedad a mi padre verdadero, don Rafael, que me metió en un internado en Sevilla para que estudiara y me hiciera una señorita.  Yo no servía para estudiar,  lo que me gustaba era el cachondeo, yo prefería unas palmas y un taconeo, un sorbito de vino y unas aceitunas de Dos Hermanas antes que saber quienes fueron Juan Ramón Jiménez o Bécquer.
Total que mi madre me sacó del internado y me colocó en una tienda muy fina, una mercería de la calle Sierpes. Yo iba muy arregladita al trabajo, a los diecisiete años mi cuerpo era hermoso y garboso a tal extremo que un día, llevando trabajando como dependienta menos de una año, un empresario de espectáculos flamencos se fijó en mí y consiguió un permiso por escrito de mi madre para trabajar primero como palmera y después de bailaora  en su espectáculo "Olé y Olé" Tuve que acostarme con el tío y otros empresarios para poder llegar donde llegué, la mejor bailaora andaluza: Caridad la sanluqueña. Hicimos varias giras por toda España y salí en una docena de shows de televisión española. 

Fui famosa, sí señor, muy famosa. Incluso trabajé en dos películas, gané dinero. Hubo meses que ganaba entre actuaciones y los regalos de algunos amigos íntimos más dinero de lo que puedas imaginar, pero hijo mío, lo malgasté en ropa y en vivir en lujosos hoteles además de pagar algunos caprichos a mis novios, que por supuesto todos eran guapos y machotes, pero más pobres que un sereno.
 Cuando cumplí los cuarenta y tantos años y notaba que me iba haciendo mayor compré dos pisos, un duplex, por si las moscas, que después tuve que convertir en hostal para poder vivir.

Así como dijo el poeta, todo llega y todo pasa. Yo pasé la de Caín cuando cada vez me contrataban menos y ganaba menos dinero y con lo mal administradora que era llegué casi a la ruina ¿te lo dije antes? hasta que unos amigos me recomendaron montar un hostal en mi duplex. Y aquí estoy. La verdad es que no me aburro porque siempre tengo huéspedes fijos, de confianza, con quien hablar, Precisamente el de la habitación 4A es un antiguo torero que se arruinó cuando se divorció y tuvo que pagar una pensión alimenticia a cuatro hijos e hijas adoptados, medio inditos de Bolivia. Fíjate que desatino.  También tengo otro huésped ilustre, don Alfonso el Poeta, la oveja negra de la familia de los Turquijos, que vive de una rentita que le pasa la familia para quitárselo de en medio. Y yo misma, otro espécimen, a mis sesenta y ocho años y recordando, cuando puedo, mi pasado de artista como Caridad, la Bailaora."

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