viernes, 23 de abril de 2021

El cuento de Jacinto Luengo

El cuento de Jacinto Luengo 

El plato que fregaba Jacinto resbaló de sus manos estrellándose en el suelo. ¡Qué mala suerte! Suspiró el hombre al mismo tiempo que se agachaba para recoger los trozos de loza. ¿Suerte, hablo de mi suerte? Se preguntó Jacinto secándose las manos en el mandil.

Mi pareja trabaja de 8 a 3 en la oficina bancaria como administrativa para continuar trabajando por las tardes, de lunes a jueves, en la notaría de don Cosme. Un canalla que se acuesta con ella mientras yo pretendo ignorar esa pasión extra-conyugal, porque el notario está  también casado, pero no es un cornuto como yo. 

No puedo hacer ninguna escena de celos ni de marido burlado, pues vivo a costa del dinero de Adela. Soy un merde, un don nadie. Pero razono y pienso que si me separo de Adela ¿de qué viviría yo a mis 48 años de edad?

Soy un desastre y un flojo que siempre rehuyó lo difícil, lo trabajoso. Estudié Diseños Gráfico, una pijada que no sirve para nada como no te apadrine alguien metido en ese negocio.

 Mi padre me recomendaba que estudiara algo de maestría industrial ya que yo era un torpón incapaz de sacar cualquier titulación de grado medio. Pero no, estudié esa tontura en una academia privada. Tardé una eternidad para obtener un diploma que mi madre, por piedad, colgó en el trastero del chalé de la sierra. ¿Qué hice en mi vida útil? Nada en especial; yo no servía para trabajar en oficios denigrantes como camarero o de repartidor de pizzas. Tampoco estaba cualificado para obtener trabajos más dignos así que mi santa madre, que en  gloria esté, apañó casarme con Adela, una hija de una amiga de mamá que resultó ser una boba de dar y tomar. Pero eso sí, muy trabajadora. Adela a sus 27 años de edad nunca había tenido novio, ni amigos ni menos aún amantes. Era muy sosa en el trato y más en la cama, como pude comprobar en nuestro matrimonio. 

Nos casamos, tuvimos dos hijos, que salieron bobitos y además muy conflictivos. Yo hacía el paripé para no trabajar.  Preparaba cursillos que yo llamaba máster e incluso oposiciones, una buena excusa para vivir a costa de Adela que fue espabilada por un sesentón, su jefe. Un reconocido notario que se convirtió en su amante ( solo de lunes a jueves). 

Mi madre me contaba que en sus tiempos cuando un chico pretendía a una joven era preguntado en qué trabajaba y qué salario tenía. Afortunadamente para mí hoy no es así y de esta forma me colé en la cofradía de los mantenidos.

¿Qué hora es? Tengo que preparar la cena para Adela, que hoy es jueves, su último día semanal con "él" y vendrá derrengada de tanto folgar. Mientras tanto yo sigo con mi particular filosofía "Dame pan y dime tonto"

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