viernes, 27 de noviembre de 2020

Nadie me creyó (Es Navidad)

 Nadie me creyó 

Para la familia cristiana de Jacinto era una tradición asistir a la Misa del Gallo. Durante la ceremonia Jacinto notó un punzante dolor en las sienes, sí, también pueden doler las sienes. 

Estaba deseando que terminara la ceremonia-propaganda, ya que el párroco era un cura marxista recién regresado de Bolivia y siempre soltaba indirectas sobre los explotados y los explotadores.

 Nada más comenzar a cantar un villancico un coro de ancianas de voces cascadas, como despedida a  la ceremonia, Jacinto dijo a su esposa y a sus dos hijos que él se iba a casa, caminando, para ver si el fresco de la madrugada le aliviaba el dolor de cabeza.  Que ella regresara con los nenes en el coche.

Cuando Jacinto bajaba por la calle Recogidas, al pasar frente a la bocana de una galería comercial que estaba en penumbra oyó que alguien le chistaba (psss, psss...). Volvió la cara y no vio a nadie. Solo los coches que subían por la calle hacia Puerta Real. Otras vez el siseo o el chisteo. Volvió  otra vez el rostro hacia el portal y distinguió una cesta de mimbre. Era la una de la madrugada; el frío se le colaba a través del grueso gabán. Se acercó a la canasta y vio un niño, un recién nacido, envuelto en una manta de viaje de esas que entregan en Air Europa.

-Ya era hora, hombre, con el frío que hace -salió del nene un vozarrón de adulto pero curiosamente sin mover el bebé los labios ni temblarles los mofletes. Es que acabo de nacer ¿sabe usted? -explicó- y eres el primer humano que pasa por aquí.

-No he bebido, ni he tomado ansiolítico para creer   que este niño me habla -pensó Jacinto levantando la canasta del suelo para comprobar bien su contenido a la luz de una led. 

-No te asustes Jacinto, yo soy Elotro, el de la Parusía. Y tu serás mi instrumento para hacer que los hombres sean más humanos y se amen entre sí.

-Pero hombre de Dios, no me haga esto. Que somos una familia tranquila y no queremos problemas

-Todo es cuestión de fe, hijo mío. Tu eres el único que puedes escuchar mis palabras; para otros seré simplemente un niño abandonado en un portal.


Jacinto agachó humildemente la cabeza pero olvidando decir a Elotro aquellas obligadas y bellas palabras: Sea tu voluntad. 

Ya se acercaba a su domicilio, frente al Centro Comercial de Neptuno cuando el nene le dijo si podía tomar un vaso de leche caliente en casa, que se estaba congelando. Sí Maestro, contestó con aflicción el elegido.



-Pero ¿qué hace este niño en casa? -preguntó airada la esposa al mismo tiempo que se quitaba el abrigo y lo arrojaba sobre una silla. ¿De quién es?

-Tenemos un hermanito, tenemos un hermanito -gritaban con guasa los dos hijos preadolescentes y gaznápiros de Jacinto.

-Es Elotro, el de la Parusía -contestó Jacinto con cierta beatitud y con mucha solemnidad.

-Ni Parusía ni ollas en vinagre. Mañana a las 8 llevas el niño al Hogar del Pobre y lo entregas. Y no des tu nombre que después tendremos problemas con Asuntos Sociales.


Así fue como en una ciudad de España fue abortada la venida de Elotro y por eso la pandemia se ceba cruelmente con todo el país, y de paso, con todo el mundo, aparte de cebarse con saña con los descendientes de Jacinto por descreídos. 

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