lunes, 28 de octubre de 2019

Quiero ser toda

Quiero ser toda (Un cuento  muy corto)

Adela era una artista popular de la canción, conocida en su país y en toda Europa. Siendo muy joven recibió un premio regional que la catapultó por toda la nación y fue contratada para protagonizar una serie de telenovelas. Tuvo una vida intensa de amoríos y desamoríos, de grandes ganancias y de estúpidos despilfarros, tuvo momentos de ser alabada por los medios que ser vituperada. Tuvo, una vida de artista pop, vacía y popular, simple y compleja.

Cuando Adela fue olvidada por el público se refugió en su vida interior. Vivía en un piso de una zona burguesa de Madrid y se autosugestionaba con la idea de que una mujer sola alcanzaría una felicidad serena mejor que si tuviese conviviendo con otra persona. Cuando pasó la procelosa barrera de los sesenta años de edad, ella creíase  aún joven. Vestía casi igual que un pimpollo veintiañero. Pero no, sentía un gran vacío cuando volvía por las tardes a casa tras una tarde tediosa en el Club de Damas y ponía un CD de sus últimos éxitos de hacía décadas, mientras que sorbía un brandy con sifón.
En realidad -pensaba Adela- yo quiero ser toda yo. Sin influencias ajenas a mí. Sin que nada ni nadie interfiere en mi vida. ¿Para qué necesito un marido o una pareja o como diantres sean llamados hoy en día? ¿Para qué quiero unos hijos que cuando son adultos son egoístas y complicados? Me contento con mis dos amores incondicionales, Pi y Alfa, mis dos perritos que saltan de alegría cada vez que abro la puerta de la calle. Quiero ser toda, quiero ser toda yo. Amo mi libertad más que a todo.

-Adela, Adelita, por favor pon un poco de atención que eres la única a la que se le cae la pelota- reprendió con cariño la animadora del asilo mientras esbozaba una sonrisa.
Adelita le llamaban ahora, a sus 82 años de edad. Llevaba varios años en la Residencia Poniente. Era una de las ochos ancianas que ejercitaban sus reflejos lanzándose una enorme pelota, unas a otras, en el soleado jardín.

Adela a veces, se sentaba en la galería y contemplaba a través de los cristales el cielo. A veces se encontraba cansada de todo, entonces ella veía un cielo imaginario repleto de feos nubarrones que sin saber como se disipaban para aparecer, por arte de magia, un cielo azul intenso y escrito en él, unas letras esponjosas, de humo rosa que decía: Quiero ser toda mía.

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