sábado, 29 de junio de 2019

La avaricia, ese virus que no mira edad

La avaricia, ese virus que no mira edad 

Es miércoles. Una fila de gente de mirada triste y torva hace cola frente a la ventanilla de Apuestas y Loterías. Casi todos y todas las personas pasan de los setenta años de edad, son jubilados. 
Un hombrecillo retorcido y tullido, muy viejo, se sienta en su taca-tá esperando su turno. El curioso impertinente no puede contenerse y en su indiscreción y le pregunta:
- ¿Y usted, tan mayor, para qué desea que le toque la lotería?
-Mire, yo tengo casi ochenta años de edad y quiero que me toque  varios millones de euros, para poder restregárselos por la cara a mis hijos y nietos. Que son todos unos cabrones
-¿Y eso? - preguntó el espontáneo entrevistador
-Esos cabrones que son mis dos hijos, tres hijas y mis nietos mayores vivieron a mi costa hasta hace un años. Todos vivían de las rentas de mis fincas y mis  locales comerciales que tenía arrendados. Me engañaron con carantoñas y promesas para que repartiera la herencia en vida, asesorado por Manolito, mi nieto  el abogado y por mi hija Adela, que es jueza en una agrociudad cercana. Así no tendrás problemas con Hacienda -me dijeron- y tu podrás vivir dulcemente el resto de tu viva en la residencia Santa Clara; estarás allí mejor que un hotel de lujo. Llevo un año en Santa Clara, un edificio precioso por fuera pero por dentro son todos unos japutas. Desde la directora hasta la que friega el suelo.
-Pues, hale abuelo. Que le toque esos millones para poder  refregárselos por la cara a su familia.

Quizá el relato anterior peque de exagerado, pero conocemos casos de personas mayores, bien situadas económicamente, que vivieron sus últimos años olvidados de su familia en una residencia o asilo. La mayoría de nosotros jugamos a la lotería o primitiva o como diantres quieran llamarle. Es la droga legal que el Estado ofrece a la plebe, la plebs, al pueblo llano para esperanzarlo.  De camino también contribuimos a pagar una contribución voluntaria que son todas esas apuestas.
 España es un país a rebosar de viciosos del juego de azar. No hay día del año, del mes o de la semana donde no se pueda apostar. Todos deseamos tener dinero, sin apenas hacernos falta, esa es la pura realidad. Queremos tener dinero más por avaricia  que por intentar cambiar de tipo de vida. 

No se crean el cuento que una persona de clase media, sea de la  categoría que fuere,  podrá o podría vivir mucho mejor con diez o cien millones de euros en su cuenta bancaria que con sus limitaciones de antes. Eso sí, podrá adquirir propiedades o cachivaches, pero jamás podrá subvertir su miserable modo de vida, aunque se vaya a vivir a una zona lujosa residencial en una ciudad de moda. El agraciado, el premiado, mantendrá, por lo general, la misma familia, las mismas amistades e incluso las mismas costumbres de antes. Seguirá siendo un paria, pero con mucho dinero.

En los Estados Unidos hay agencias especializadas en el asesoramiento de ricos súbitos, de esos afortunados en la Lottery, para hacerles ver que gastar por gastar es un error. Que hay que invertir y saber administrar juiciosamente los millones recibidos. Se han dado casos de personas que les han tocado la lotería y que algún familiar pobre urdió un plan para asesinarlas y quedarse con parte de la fortuna sin contar con el alto riesgo de un secuestro a cambio de un rescate, que es lo más común.
 Los nuevos millonarios lo primero que hacen cuando son agraciados por un fuerte premio es huir de sus habituales lugares de residencia para exiliarse a otra parte de España para evitar tentaciones delictivas de amigos, familiares o delincuentes profesionales.

En la novela de Steinbeck "La Perla" se narra el caso de un pobre pescador de perlas que vivía junto a su mujer e hijo en un choza a orillas del mar y que un día encuentra una enorme perla supuestamente valorada en una fortuna. A partir del hallazgo de tal tesoro todo es infortunio para el pobre hombre. Un vecino intenta entrar en la choza esa misma noche para  robar la perla, el médico que atendía a su hijo enfermo le pidió una fortuna, desde el momento que supo que poseía una enorme perla, por curar  a su hijo; los compradores-intermediarios le ofrecen una miseria por la perla. El pobre hombre está aturdidos ante tantas fatalidades;  una noche de desespero su esposa le dice "Con lo bien que vivíamos los tres antes de encontrar esa maldita perla"

No pretendemos decir que el deseo y la ambición controlada para prosperar materialmente sea perjudicial, será malo si se cae en la avaricia, el tener por tener, el tener para acumular y hacer sentirse más seguro en la vida.
 El bienestar material si se usa con inteligencia, desechando la avaricia y el egoísmo, puede ser incluso reconfortante. 




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