miércoles, 26 de junio de 2019

Las dos amigas tóxicas de Adela

Las dos amigas tóxicas de Adela

Cuando conocí a Adela  era todavía, a sus 50 años de edad, una mujer atractiva. Trabajaba como profesora de piano en el Conservatorio María Eugenia de Granada y visitaba la librería que yo regentaba para hojear y a veces comprar libros de historia y de arte.

El azar hizo que contactáramos a través del Facebook, en mi época de jubilado, y me explicó que se había retirado a un pueblo de la Axarquía malagueña donde conservó la casa de sus padres para su jubilación. Me costó trabajo adaptarme a la vida laxa del pueblo -me explicó- pero aquí estoy, todavía no he sucumbido y llevo ya casi veinte años viviendo aquí.

En otros post me explicó que nada más llegar a su pueblo serrano intentó retomar la amistad de dos amigas de la infancia, de cuando iban a la escuela municipal. Fracasó porque estas amigas se habían anclado a un sistema de vida muy diferente al suyo; eran mujeres tóxicas pues solo hablaban de sus fracasos en la vida y de sus molestias y enfermedades naturales que afectan a toda persona mayor de setenta años de edad.

De estas dos amigas que te comenté -me explicó Adela en otro message- la que parece la más espabilada, que por cierto es tonta de remate, estudió empresariales y cuando se casó con un empresario de la comarca en vez de tomar parte de las riendas del próspero negocio de distribución de maquinaria agrícola, para huir del trabajo y de cualquier tipo de responsabilidad le dio por dejarse embarazar hasta parir hijos: cinco en total. Así se libraba de la obligación de trabajar en la empresa familiar  ya que tenía que cuidar a sus roros.
Con el tiempo esta mujer se idiotizó a tal extremo que ni quería hablar de los proyectos empresariales que tenía en mente su marido. Ella erre que te terre, que si los niños arman mucho escándalo en la piscina, que si la nena rompió un jarrón, que si el pobrecito Manolito, el hijo autista, siempre estaba llorando, que si esto que si aquello. El marido cansado de tanta estupidez de su mujer-coneja-paridora  se divorció de esta tras una tumultuosa separación legal que la dejó sola con dos hijas aparentemente algo taradas y tres hijos que vivían en el norte de España. 

Salir con esta amiga es escuchar un rosario de penas y vicisitudes donde ella aparece siempre como la eterna víctima ya que le cuesta trabajo reconocer que ella y solo ella es precisamente la culpable de su desgracia, por inane y perezosa.

Ya ves Ramón la tragedia de mi vejez -sigue comentando Adela en otro message- aparte de soportar como puedo mis 76 años de edad y cansar mi vista releyendo a los clásicos españoles debo aguantar las chochadas de mis dos amigas tóxicas de las cuales no me puedo desprender.

La otra amiga tóxica se llama Juana, era la  más pobre de la pandilla. Te recuerdo que entonces todos los españolitos que nacimos en la inmediata posguerra estábamos muy influenciados por la separación de clases sociales. Juana era una de los muchos hijos que tenía el peón caminero del pueblo, pobre a rabiar. Pero como niñas de diez años todas éramos muy amigas.
 Ahora cuando entro en su modesta casa y la veo allí sentada contemplando en la televisión uno de esos horrendos programas de cocineros me acuerdo lo que me contaron de sus desdichado matrimonio. Casó con un hombre mayor que ella, viudo y brutal en el trato ya que la tenía esclavizada. Para colmo el hombre se quedó inválido en una silla de ruedas y estaba todo el día en casa, dando gritos y órdenes a su atemorizada esposa. Comentan que una vez que se enfadó este jumento humano que era su marido, ordenó a Juana que se acercara, se arrodillara ante él que estaba en su silla de inválido  para poder darle una sonora bofetada como castigo a algo mal hecho. Ella calló pero tiempo después se supo por medio de uno de los hijos, que era policía armada en Córdoba. Menos mal que murió el marido y ella pudo vivir casi en paz durante varios años aunque quedó tocada de la cabeza. Era temerosa de todo y de todos, incapaz de tomar una decisión tan simple si blanquear la fachada  de su casa en una fecha o en otra.

Mi amiga Adela y sus amigas tóxicas siguen viviendo en aquel pueblo de la Axarquía, ahora invadido por extranjeros, y ella me comenta, tristemente, que  al fin y a cabo, todos los ríos mueren en la mar, quizá rememorando a Jorge Manrique. Y es que la vida es un puro teatro, una payasada.

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