martes, 25 de junio de 2019

Un cuento no tan cuento

Ella

Ella, doña Luisa de la Hoz, Presidenta del Organismo Estatal, se consideraba omnipotente en toda la Provincia, la más lista, la más brillante y la más...cruel. Era una psicópata disimulada de eficacia política. Ella disfrutaba hundiendo profesionalmente a la gente bajo su dirección por el mero hecho de no caerles bien y disfrutaba también viendo las caras de sumisión de sus subalternos, hombres y mujeres, que al azar, más que por sus méritos, promocionaba por el mero placer de disfrutar de sus carantoñas aduladoras.

Doña Luisa de la Hoz tenía esa edad difícil para algunas mujeres cincuentonas y además carecía de belleza física y para colmo, su penetrante y fría mirada apartaba de ella a cualquier persona que se le acercara con intenciones amigables.
 Vivía sola en un lujoso duplex, tan recargado de muebles y accesorios como el departamento de muebles de una tienda de decoración. Necesita algo más, algo que tras la vuelta de su trabajo le hiciera recordar que también  era un ser humano ¿ Necesitaba una mascota? Sí, aunque no sería ni un gato ni un perro, Sería un hombre... domesticado, naturalmente, por ella. 

Trabajando en el mismo lujoso edificio oficial se encontraba Adela, una mujer joven, agradable, bella y exquisita con el trato a sus subordinados. Era la jefa de Documentación. Era, así decían en los despachos y en los pasillos, la enemiga número uno de la Presidenta por el mero hecho de ser tan atractiva y jovial.
Doña Luisa no la soportaba, la odiaba intensamente y ordenó al jefe de recursos humanos que Adela fuese trasladada al sótano, pero con la misma categoría y sueldo, a la sección de archivos. Así ya no la vería más caminar por los pasillos sonriendo a diestros y siniestros. 

Pasaron algunos días y doña Luisa de la Hoz escogió como pet, como animal de compañía, a un dependiente de aspecto bobalicón y servicial, pero buen mozo, de la Tienda Net-Punto-Com
Arturo era el hombre ideal para Ella y acertó con la elección. Arturo era servidor, obediente, buen amante en la cama, siempre que ella lo solicitara, avezado calentador de comidas precocinadas, y un relleno ejemplar,  era el perfecto mueble-humano para cualquier hogar.  Todo era ideal en el duplex, todo estaba a la perfección según el plan que ideó la Presidenta.

Adela llevaba casi medio año desterrada en el sótano y oliendo a diario ese hedor que rezumaban las tuberías de desagüe de los lavabos de las plantas superiores que bajaban desnudas junto algunos pilares. 
Adela estaba desesperada, no se merecía tal afrenta ¿Qué hacía allí entre polvorientos legajos y con una ayudanta a punto de jubilarse que le olía la boca peor que las tuberías de los desagües?

Antonio, la nueva adquisición de doña Luisa, estaba recostado sobre aquel lujoso sillón de suave piel viendo con desgana un documental sobre las Bahamas y sorbiendo en un vaso de cristal tallado un güisqui Macallan 30 sin hielo. En las películas había visto que beber whisky sin hielo era señal de ser un buen catador.  Antonio reflexionaba: Qué suerte he tenido con esta vieja, yo que a mis 38 años de edad ganaba una miseria en la tienda estoy ahora hecho un señor. Vivo como un marqués. Y como Ella está casi todo el día trabajando no me da la carga con sus manías. Hago lo que quiero siempre que Ella me encuentre en casa a la hora que ordene. 

El Paseo junto al río Zumeta estaba bordeado de álamos que refrescaba el ambiente de aquel mediodía del mes de mayo. Una pasarela peatonal cruzaba el pequeño río, que desde la zona de oficinas oficiales  acercaba a la gente a la parte residencial de la ciudad.
 Doña Luisa de la Hoz caminaba por la pasarela a diario para dirigirse a su hogar. Hacia la mitad del puentecillo se topó de frente con Adela y se hizo la distraída. Adela saco un revólver de su bolso y le dio dos tiro a la Presidenta doña Luisa de la Hoz que la dejó más tiesa que la mojama. 

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