domingo, 29 de julio de 2018

El Editorial del Blog

La felicidad es una ambigüedad

El común ha puesto de moda eso de que hay que ser feliz, hay que tener autoestima, hay que vivir la vida, hay que ser libres, hay que huir de la gente tóxica y de esas personas  gafes que todo les salen mal, hay que hay, ¡qué hay! Conceptos, palabras hueras aunque lo más importante es pretender ser felices, está en la naturaleza humana, pero ¿cómo? 

El concepto de felicidad es ambigüo; cada cual le da una interpretación a su gusto. El pobre desea tener mucho dinero; el enfermo terminal desea sanar milagrosamente; el feo y bajito desea poseer una cuerpo atlético y apolíneo; el torpe ser un sabio... 

Aunque la definición más simplista de lo que es felicidad nos acerca bastante a lo que realmente es: "La felicidad es la capacidad de una persona para sentirse satisfecho con lo que tiene y le gustaría tener y con lo que es y le gustaría ser en la vida" Si la balanza se inclina hacia un lado o hacia el otro este individuo siempre será un infeliz. Un desgraciado.

En la Grecia clásica se consideraba la felicidad íntimamente ligada con la belleza moral y física de los individuos. Solón decía: " Si un hombre (hoy diríamos "y mujer") posee una cuerpo agraciado, está libre de enfermedad, libre de desgracia, feliz con su familia y amantes y es bien parecido se le podría llamar correctamente feliz".

 En España se considera un insulto grave decirle a alguien que es un desgraciado, un infeliz, pues se considera esto como el mayor fracaso personal y emocional conocido; razón por lo cual todas las personas aparentan ser felices, aunque no lo sean. Desde el pobretón irredento hasta el simple mental pasando por el  aburrido existencial. Hay que ser feliz por decreto.

En los Estados Unidos se hizo una encuesta sobre un muestreo de población de la clase media urbana para determinar el grado de felicidad. Las conclusiones: eran más felices las personas que tenían cubiertas sus necesidades materiales con bastante margen para poder vivir con holgura y gastar su tiempo libre en actividades por ellos buscadas que los yuppies dedicados en cuerpo y alma en trabajar duramente para intentar incrementar sus riquezas por el mero hecho de poseer más dinero y más poder en la sociedad. 

Contra la felicidad luchan tres virus letales: la avaricia, la envidia y el aburrimiento. La avaricia. Recordemos esas estafas, en España, a ahorradores cometidas por bancos y otras entidades financieras que aprovecharon el ansia de ganar dinero fácil de estos estafados para  ser robados con impunidad.  La envidia es el dolor que le produce a una persona ver feliz a otra. Se cometen crímenes horribles por envidia; hay gente que se enajena mentalmente al ver a su prójimo  triunfar en todo lo que se proponga mientras que ellos son unos negados que todo lo que hace le sale mal. El aburrimiento se da solo en las sociedades opulentas como la que pretende ser la  nuestra donde cualquier ganapán posee una casa,  un coche y suele disfrutar de vacaciones anuales. 
En la pasada posguerra, una época  de la que nadie desea recordar, el hambre mataba el aburrimiento, además de la gente. Nadie se aburría, ni por supuesto tampoco era feliz porque su único objetivo, de cada día, era poder alimentar a la prole y a ellos mismos. En pleno siglo XXI la clase media tiene el lujo de  deprimirse porque se aburre, son infelices porque no son capaces de buscar la felicidad en los múltiples canales que nuestra sociedad "opulenta"  ofrece.

Según Bertrand Russell, la felicidad para la mayor parte de las personas debe ser una conquista más que un regalo de la diosa Fortuna, sin olvidar que para alcanzarla se debe contar con el deseo y el esfuerzo personal de cada individuo.



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