viernes, 27 de julio de 2018

Dos cuentos cortos

Dos cuentos cortos  (De "Carta a Silvia y otros cuentos",  Ramón Valenzuela).


El día de Carlos

Carlos fue obsequiado con un magnífico día. Eran las ocho de la mañana, lucía un sol espléndido y una temperatura suave envolvía su cuerpo. De camino al trabajo, en la calle Arcos, bajo un coche aparcado junto a la acera encontró un elegante bolso. Fantaseó, ¿conocería a la mujer de su vida cuando devolviera el bolso a su propietaria? Lo abrió para buscar la dirección.
Sucesos del día: "Un paquete bomba estalló esta mañana en la calle Arcos destrozando el cuerpo de un viandante"


Carta a Silvia

Querida Silvia, te extrañará recibir esta carta después de tanto tiempo. Un tiempo que pesó como una baldosa sobre mi corazón desde el día que te despediste y me ofreciste tu mano para decirme adiós. Entonces noté que tu ser se introducía por los poros de mi piel y se alojaba en mi alma. 
Los compañeros del instituto me informaron que te marchabas a Segovia porque habían trasladado allí a tu padre. Fuiste algo cruel ya que me lo comunicaste el mismo día de tu partida. Yo te amaba como un chico de catorce años de edad sabe amar: en silencio. Cuando te veía caminar por la calle mi corazón comenzaba a latir intentando salir de mi pecho para ir detrás de ti. 

Semanas después de tu marcha yo imaginaba reencuentros apoteósicos: tú bajabas del tren y desde lejos nos veíamos en el andén; acudíamos corriendo, el uno hacia el otro, para abrazarnos y en el momento justo del encuentro unos músicos invisibles interpretaban una marcha alegre.

El tiempo pasó y no fui capaz de localizar tu dirección. El fuego de mi amor hacia ti no se apagó  sino que quedó en ascuas para poder seguir viviendo con el rescoldo de tus recuerdos. Me casé, tuve hijos y nietos y fui profesor en el mismo instituto donde estudiábamos.
La semana pasada leí en el periódico que te habían otorgado un premio por el mejor poema de amor. Pude localizar tu nueva dirección y saber que no te casaste. Yo estoy viudo, ahora somos libres como antes y a pesar de nuestra edad todavía podemos ser capaces de abrir la verja de nuestros sentimientos para permitir que troten como caballos desbocados.



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