lunes, 25 de junio de 2018

Un cuento para el mes de Julio

Una vida encantadora (Relato breve)

El valet llamó suavemente a la puerta de la biblioteca donde Adela de la Zoskia hojeaba el último número del Vogue. El sirviente anunció que don Jacinto Valpena le esperaba en el salón de los relojes.
Adela soltó la revista, se levantó del sillón como a cámara lenta  y bajó por la escalera imperial hacia el hall de entrada.
 Jacín, como le llamaba Adela, era su prometido. Un apuesto hombre, alto, guapo a rabiar, de anchas espaldas y culo apretado; millonario y heredero único de la cadena de los 52 malls del país.

El Aston Martin esperaba con el motor en marcha para mantener encendida la calefacción. El chófer, uniformado a la antigua: traje azul con botones plateados y gorra de plato, saltó del asiento y abrió la puerta del vehículo para facilitar la entrada de la pareja.

Cuando llegaron al Gran Teatro el vestíbulo estaba a rebosar de lo más granado de la alta sociedad de la ciudad. El prícipe Leonardo con su eterno foulard pasado de moda. Más allá, Brígida, la frígida esposa del rey del acero. 

Tras saludar con una leve movimiento de cabeza a algunos conocidos Adela y Jacinto fueron conducidos a su palco privado por un lacayo vestido según la moda del siglo XVIII. Cuando se apagaron las luces del teatro y en el escenario comenzó la obra Adela fue atacada por un sopor irresistible. Sus ojos permanecían forzadamente abiertos ya que era de mal tono dormitar en una representación de ópera, aunque en realidad ella ni oía ni veía nada. Estaba dormida por dentro.

Adela despertó súbitamente, tenía necesidad de ir al baño. Su mano derecha se balanceó por encima de su cabeza y encendió una lámpara. Una luz amarillenta iluminó un destartalado dormitorio donde Adela dormía junto a la guarra de su hermana, que dejaba siempre la ropa sucia en el suelo.
Adela, nada más entrar en el cuarto de aseo, se vio reflejada en el espejo del lavabo y pudo comprobar, para su desgracia y una vez más, que tenía un rostro feo, casi repulsivo: un ojo más bajo que el otro, la nariz chata como la de un hotentote y una mandíbula prognata que le hacía cara de subnormal. Joder con el sueño de los cojones -se dijo Adela mientras se rascaba una axila y dejaba de mirar al espejo-  Siempre me pasa lo mismo, si ceno calamares en su tinta sueño con príncipes y guapos millonarios. Me cago en los calamares y en esta puta vida de mierda que llevo en la pescadería. 

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