sábado, 26 de mayo de 2018

Jacinto, el del piano

Jacinto, el del piano (Un cuento corto)

Jacinto entendía mucho de locomotoras a vapor. Trabajó desde muy joven en la Renfe como fogonero hasta que le dieron por inútil,  se le había desviado la columna vertebral a sus 54  años de edad. Con la mísera paga que le quedó y un motocarro viejo que compró podía llevar una vida miserablemente aceptable.

Jacinto fue llamado a TVE para participar en el concurso "Acierta y verás" Un concurso de preguntas con mucho éxito en 1967, sobre un tema determinado, en esta caso sobre locomotoras a vapor, y cuyo premio siempre era una sorpresa. 

No falló ni una pregunta, el público aplaudía según le indicaban unos cartelones.  Jacinto estaba mareado por el éxito. En la primera fila estaba sentada Adela, su esposa, que también flotaba de emoción.

Que traigan el regalo, casi gritó el presentador. Un enorme, bello y elegante piano de cola fue mostrado al ganador.

Al día siguiente Jacinto y su esposa fueron a la oficina del estudio de televisión para formalizar el premio.
-Y digo yo -casi susurró Jacinto al empleado- ¿no me pueden dar el dinero de lo que vale el piano, aunque sea algo menos, en vez de este instrumento?
-Imposible, es por los impuestos. Usted lo vende y puede sacar un millón y pico de pesetas.
-Pero ¿a quién? Si en mi pueblo nadie sabe tocar el piano y aquí, en Madrid, no conozco a nadie.
- Jacinto, no olvide usted retirar el piano antes de tres días, si no lo pierde, según consta en el contrato de Aceptación el Premio.

Otro día más en la capital, gastando dinero y enredado por toda esta gentuza. No te quejes, Jacinto -dijo Adela mientras se miraba de reojo en el espejo de la recepción de la pensión antes de salir. 

En Mundanzas Especiales fueron todos muy amable. No se preocupe usted don Jacinto. Nosotros recogemos mañana el piano del almacén y se lo dejamos en casita. Le costará treinta mil pesetas.

Cuando el tren paró en la estación de Peana de Arriba el piano estaba descargado frente a su casa mientras que los mozos de mudanza comían un bocadillo. Por la puerta no entra -dijo el que aparentaba ser el más listo - hay que subirlo por el balcón. Hay que desmontar la baranda y contratar  una grúa. 
La gente del pueblo se agolpaba en las aceras como si de una procesión fuera el espectáculo. Jacinto mirando de reojo a la gente  dijo: sea.

Tras varias horas de trabajo precipitado de los dos albañiles desmontando la baranda, la grúa de Talleres Pómez subió el piano. El lujoso instrumento musical quedó en la habitación que previamente  había sido desocupada de muebles por la esposa y unas vecinas. 

Saca la botella de anís y que se sirvan  los señores, dijo con generosidad Jacinto. 
Entonces el encargado de la mudanza cogió suavemente por el codo a Jacinto y le mostró la factura. No salimos de aquí hasta que usted pague la factura, son órdenes.

Jacinto corrió sudoroso a ver a Manolo, el de la tienda, que  estaba encaprichado por el motocarro y estaba dispuesto darle cincuenta mil pesetas por el vehículo.
No se, no se Jacinto -exclamó con desgana Manolo mientras que se subía los flácidos pantalones. ¿Para qué quiero yo el motocarro? Bueno, te doy cuarenta mil y hecho. ¿Vale?
Manolo entró en la trastienda y salió con cuarenta  billetes verdes.

Pasaron cinco años desde el Premio de TVE.  Jacinto estaba cada vez peor con los dolores de espalda. El médico le recomendó que durmiera sobre una tabla ¿Una tabla?  Si tengo un piano así de grande. Puso una manta sobre la tapa bajada y se tumbó mirando al techo. Joder, si es que nos quejamos de todo. Después de todo mira  para lo que me sirve este piano de los cojones.  

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