jueves, 25 de enero de 2018

Un cuento para febrero (Cuento 001)

Polvo de trigo

Doña Ana vivía mal con la paga de viudez de un cabo de la policía armada. Se decidió. En el quiosco de prensa de la esquina colocó un anuncio: "Casa particular admite un huésped que sea formal. Abstenerse estudiantes y parados"

Jacinto Cantáuro, 23 años de edad, con la carrera de perito agrícola recién acabada, el número dos de su promoción de 1965, y preparando oposiciones para el puesto de Responsable de un Silo de Cereales del Servicio Nacional del Trigo, tomó nota de la dirección y visitó a doña Adela.

Aquí podrá usted vivir, don Jacinto, como en su casa, nadie le molestará para preparar las oposiciones. 
Preparar una oposiciones para trabajar en el S.N.T. era un desfallecer. Había que memorizar un temario estúpido alejado de las materias estudiadas en la carrera. No había más remedio, Jacinto se tenía que meter en la mollera todo el temario. 
Doña Ana facilitó las cosas trasladando su mesita de estudio a una salita apartada del resto del amplio y destartalado piso de la calle Viriatos. 

Un día que Jacinto estaba en la Academia Porvenir doña Ana llamó a su hija Adela, una chica que de guapa que era tenía cara de tontita, con un rostro inexpresivo que parecía haber sido tallado en cera por algún imaginero religioso. También poseía  un cuerpo muy deseable,  mullido y terso como los mofletes de la monja superiora del convento de las mercedarias. 
Adelita -dijo la madre muy seria a la bella bobita- este chaval que se hospeda en casa será nuestra salvación para poder salir de este horrendo piso y de estas miserias que heredamos de tu padre.
-Pero mamá, es que él nunca se fija en mí
-Tonterías, ya caerá antes o después. Es un chico joven y tu una princesa y ya sabemos que el hombre es fuego y la mujer estopa viene las calenturas y ¡hala, a folgar!

Jacinto -dijo doña Ana con voz melosa mientras que recogía la mesa tras la cena- ¿Echamos una partidita de carta entre los tres?
-Cuando me ponga el pijama y la bata estoy de vuelta, doña Ana.
Se sentaron los tres alrededor de la mesa camilla cuyo interior estaba caldeado ligeramente por un braserillo de picón.
-¡Qué frío hace! Jacinto puede usted remover con la pala el cisco a ver si se anima.
Jacinto metió la cabeza bajo la mesa camilla y al remover el cisco ardiente la luz llegó a iluminar suavemente los suculentos muslos de la bella bobita  además de las regordetas y sabrosas pantorrillas de doña Ana.
-Hijo, que cara tienes. Es que es malo agachar la cabeza tras la cena, se sube la sangre.
Copita tras copita de orujo Jacinto cogió una melopea muy grata y suave.  Se sentía flotar y lo único que deseaba era remover el cisco picón del brasero.

Entre doña Ana y Adela metieron a Jacinto en la cama. Este  sonreía constantemente repitiendo con torpes palabras:  la brisca, el orujo el braserillo... quiero más. 
-Adela sal de la habitación que voy a acostar a don Jacinto. "Tengo frío, mamá" -balbuceaba el opositor. No te preocupes que yo te calentaré-  le contestaba doña Ana. 

Jacinto se siente muy dichoso. Aprobó las oposiciones y es  el director responsable del Silo Comarcal de Villalonga, provincia de Córdoba. Todo un cargo. Está casado con la bella Adela que le dió cinco hijos que cuida amorosamente doña Ana y todos, todos juntos viven en una chalé con piscina y huerto trasero.

Pero mamá -preguntó un día Adela a doña Ana mientras que preparaban la barbacoa dominguera- ¿yacistes con Jacinto la noche de los carajillos?
Eso no se le pregunta a una madre. Qué tontita eres.

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