lunes, 25 de noviembre de 2019

Un relato para este mes

De aquel Marqués que me contaron

En una de mis correrías en motocicleta que realicé por la Comarca del Temple, no muy lejos de Granada, paré para descansar aquella cálida mañana de finales de mayo. Me quité el casco; tras parar el motor de mi ruidoso vehículo quedé sumergido en un reconfortante silencio. No oía ni a los pájaros. Busqué la sombra bajo un raquítico almendro, saqué mi termo de la mochila para beber un vaso de té frío azucarado y encendí un pitillo. Todo estaba en calma. Mi mirada paseó por el cercano horizonte y se fijó en un enorme caserío, al otro lado del barranco, que me impactó por su grandiosa estampa. 

Antes de volver a mi hogar paré en la plaza de un pueblo cercano donde unos ancianos tomaban el sol-sombra primaveral. Me senté cerca de dos abuelos y sin preámbulo alguno le pregunté si sabían de quién era aquel enorme y bien conservado caserío, señalando con la mano una dirección indeterminada.

-¿El que tiene una torre amarilla? - me preguntó Rafael, un abuelo que llevaba una vieja boina despintada.
-Ese es el corijo del marqués, apostillo Juan, otro vejete que no usaba boina ni gorra ni sombrero de paja.
-Sí, sí... el marqués - dijo un hombrecillo que se sumó a la tertulia. -¡Qué pollas de marqués! - exclamó casi con rabia. Mire usted - me confesó mirando antes hacia los lados- cuando en los años sesenta se fueron la mitad del pueblo a buscarse la vida a otros lugares, que por cierto eran los más pobreticos, los que no tenían un cacho de tierra, una familia, la de los Curros, marcharon a Francia. El padre, la madre y tres hijos, entre ellos Jacinto.
El tal Jacinto llegó allí con seis años de edad y aprendió el idioma como un franchute  más. De mozo trabajó de camarero en un restaurante, eso me contaron, y como el chico era muy aparente, quiero decir que era alto y guapetón y además de la acera de enfrente, usted me entiende, un ricachón que frecuentaba el restaurante, que era un auténtico marqués y además millonario, se lo llevó a su casona como criado y Dios sabe para que más. 
Por lo visto el ricachón se encaprichó con Jacinto y vivieron juntos, ahora ya como amigos hasta que el franchute murió y le legó todos los bienes a su querido, que ya tendría sus cincuenta años de edad. Jacinto, acostumbrado al ver el trato nobiliario que la gente tenía con su protector se atribuyó él también, tras el fallecimiento, el título de marqués sin serlo.
 Sobre el año 1972 apareció por aquí un señor, que dicen que era el testaferro de Jacinto, comprando fincas y casas en el pueblo. Nadie sabía que era para el supuesto marqués. Compraron casi todo el término y arreglaron lo que antes fue un convento para convertirlo en un palacio rural. Un verano apareció por la finca el marqués con una reala de coches extranjeros llenos de gentes raras. Pasaron unas semanas montando a caballo y cazando bichos que previamente habían soltados por la finca. De vez en cuando, durante la primavera y principios de verano, aparecía el marqués con sus amigachos para hacer en la finca quien sabe qué. 
Así que ya sabe usted quien es el marqués de los cojones.

Tras darles las gracias por la información, arranqué mi moto y volví a casa sabiendo otra curiosa historia local.

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