jueves, 26 de septiembre de 2019

Un libro de mi biblioteca

El cacique 

Autor: Luis Romero

Con este título ganó el Premio Planeta Luis Romero en el año 1962.  
Luis Romero es un barcelonés valiente al presentar esta novela al Planeta, considerando que era una época peligrosa, en plena dictadura, donde narra, en forma de novela, como era vivir en un medio rural cerrado y atrasado. Nos explica lo difícil que era sustituir a un cacique que murió en un pueblo extremeño por otro de su talla. Un pueblo que se conmociona por no saber quién ocupará el puesto del finado, preocupa a todos: a su esposa,  a su amante, al carpintero, al cura, al sepulturero... 

"¡Qué desgracia, Señor, qué desventura para todos! Pero que nadie me culpe a mí... -suspiró el doctor Escorihuela mientras se lavaba las manos en una palangana.
-¿Por qué habían de culparte, Gabriel? Al pueblo, y a sus hijos les consta lo mucho que le estimabas y cuántos le debíamos. Fue el quien te dio la plaza de médico en este pueblo"

"-Ya sabes que hoy no puedes usar de tu mujer porque tenemos un cuerpo presente en el pueblo, igual como en Cuaresma. Así lo manda la Santa Madre Iglesia.
-¡Eso no es cierto!- protestó el tío Vivo
-Mira tío Vivo, la Iglesia es muy sutil y emplea un lenguaje únicamente inteligible para los iniciados. ¡Abstinencia de carne!"

"El hijo del difunto estaba muy enfadado porque no soportaba tener que pagar un dinero a la querida de su padre.
-Mi padre era un putero, y lo ha continuado siendo hasta el último estertor ¡Y esa zorrona se me lleva por lo menos mil duros cada año!
-A lo mejor es menos, Pablito, mil duros son muchos duros. Su señor padre no chocheaba, estaba en sus cabales.
-¿Como podría dejarle a esa mujerzuela una renta anual de mil duros, quitándoselos a sus propios hijos?
-Pablito, quizá sea como una reparación. La pobre Rosita no se casó por estar con tu padre"

"Tartufo, el barbero, es gordozuelo tirando a barrigón, la camisa le asoma por debajo del chaleco; le cuelgan los pantalones y las rodilleras; le cuelgan las bolsas de los párpados, los mofletes y los lóbulos de las orejas. Un cliente protesta en voz alta:
-Pues yo al entierro no pienso ir. Fui jornalero de la Casa Grande y trabajé sus tierras cuando me llamaban y yo achaco al difunto toda el hambre que he pasado desde niño. ¡Que acuda al entierro los señorones!" 

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