martes, 26 de marzo de 2019

Una vivencia

El hombre más culto que conocí en mi vida

No era catedrático, ni filósofo, ni librepensador, ni incluso tenía un título de bachillerato... era un sencillo electricista y montador de antenas de televisión a principios de la década de los años sesenta.
Sin detallar los motivos de nuestra amistad, yo, un recién egresado del instituto que preparaba un curso de delineante industrial y él, 30 años de edad y que vivía aún con sus padres me confesó una vez que su verdadera pasión en la vida era la Arqueología y la Historia y no su actual trabajo.
 Un día me llevó a su casa para mostrarme una espléndida biblioteca dedicada exclusivamente al arte en general: pintura, arquitectura, historia, literatura, etc. Quedé asombrado por tal cantidad de libros y entonces él tomó un ejemplar de la estantería y me lo entregó, en calidad de préstamo, para que lo leyera. Era su libro favorito: Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram. Lo llevé a casa y dejando de lado a Poirot me sumergí en la lectura de tan fascinante libro, el primer libro de arqueología que leí en mi vida. 

Un día me dijo que el próximo domingo me llevaría a realizar una excursión arqueológica a La Algaida, un pinar no muy lejos de Sanlúcar de Barrameda. Aquel domingo a las 9 de la mañana llegó a la puerta de casa con su extraña motocicleta Guzzi Hispania de 65 cc y partimos  hacia Bonanza para después en una carretera de tierra y arena prensada llegar a La Algaida y tras varios curvas y contracurvas, entre pinares y lentiscos, recalar junto a unas ruinas de una edificación. ¿Sabes lo que es esto?- me preguntó con misterio. Ya se ve, las ruinas de una choza o algo así.
Luis, que así se llamaba este peculiar hombre, me explicó que aquello era nada más y nada menos que los restos de una pequeña factoría de salazones y de garum de la época romana y que el mar llegaba hasta allí cerca cuando todo ese terreno -dijo mostrándome una gran llanada- estaba inundado por el Lacus Ligustinus.

Tras el viaje a los restos arqueológicos de la factoría de salazones romana, tomando una cerveza en el bar, me recomendó que cuando pudiera que visitara un lugar aún más mágico y con más alto valor histórico, la zona donde se ubicaba el Cortijo de Ébora, junto a la carretera de Trebujena. Una visita que hice una mañana de primavera montando mi bicicleta y pedaleando hasta divisar a mi izquierda el cerro de Cabeza Gorda y en su ladera la gran cortijada de Ebora, lugar donde encontraron el famoso tesoro turdetano que se expone en el Museo Arqueológico de Sevilla.
 Después de mi visita por los alrededores del cortijo, no se podía entrar porque estaba habitado, volví a Sanlúcar e indagué que Ébora era un lugar donde podría haber existido un asentamiento tartésico y donde en el año de 1958 se halló un fabuloso tesoro de objetos de oro enterrado, posiblemente en época turdetana.

Cuando me fui a Madrid a trabajar y volví a Sanlúcar en unas vaciones me enteré que el antiguo electricista cambió de negocio y tenía una estupenda tienda de antigüedades.
Gracias Luis por inducirme amar la Historia, la Arqueológía y el Arte en general.  No todos pudimos llegar a ser un Heinrich Schliemann. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario