sábado, 21 de febrero de 2015

El placer de viajar

Caminando por la Alpujarra granadina (año 1976)

El viajero curioso es aquel que aparte de deleitarse con un paisaje ameno también intenta conocer las costumbres de sus gentes y, por supuesto, saber algo de su historia. Viajeros célebres por la Alpujarra fueron Pedro Antonio de Alarcón, Gerald Brenan, J.C. Spanhi y mi amigo Paco y yo en 1976.

Entonces éramos jóvenes, fuertes y resistentes al calor y a las caminatas, íbamos cargados con las mochilas llenas de latas de conservas, la tienda de campaña canadiense y los sacos de dormir y ... mi pesada cámara fotográfica alemana Edixa Reflex.
 Desde Granada a Órgiva realizamos el viaje en autobús de línea y desde este pueblo, después de beber agua en la fuente pública, fumar unos cigarrillos (entonces no era anatema fumar) y mordisquear una tableta de chocolate comenzamos nuestro ascenso hacia Carataunas. Antes de llegar a este pequeño lugar, en un llanete y bajo un ruin almendro montamos la tienda, cenamos y nos hicmos un té azucarado (lo mejor para las temidas
 agujetas). Mientras veíamos la anochecida se nos acercó un hombrón con cara de tarado mental y nos preguntó si él podía dormir con nosotros en esa casica de tela. Nos cayó el tonto serrano -  dijimos. Tres horas de negociación para convencer a este sub que era imposible cumplir con sus deseos. Al fin se marchó al redil con sus ovejas y nos pudimos meter en nuestros sacos de dormir. 

Era muy llamativo que los alpujarreños que pasaban junto a nosotros paraban sus vehículos para ofrecerse a llevarnos "arriba". Y eso que estábamos a finales de julio, aunque todavía a los turistas no le dieron por visitar masivamente esta bella Comarca granadina.

De pueblo a pueblo solíamos tomar trochas, según marcaba el plano militar escala 1:50.000 pero otras veces no teníamos más remedio que caminar por la cuneta. Una vez que íbamos por una trocha, a media ladera, salimos a un claro y casi por encima de una era donde estaban trillando trigo a la antigua usanza: con un par de mulos, un trillo y la gente alrededor de la era amontonando la parva con palas de madera. Todo muy pintoresco. 

Entramos en Pampaneira por la calle de la Fuente del Cerrillo, bajo un tinao. Como se dijo antes, era a finales del mes de julio y no encontramos casi a nadie por sus calles. Una mujer que barría su puerta se ofreció para vigilar nuestras mochilas mientras hacíamos unas fotografías por sus cuidadas y limpias calles, todas encaladas y con macetas de geranios en los balconcillos, ventanas y colgadas en las paredes. La señora casi se ofendió porque allí nadie tocaba lo que no era suyo y que nuestros macutos estarían a salvo incluso sin su vigilancia.

A mediodía llegamos a Bubión, un pueblecillo pequeño y no tan cuidado como el anterior. Pasamos por una senda que a veces hacía de caz de regadío que nos empaparon las botas chirucas. Nada más desembocar en la plaza de la iglesia buscamos con la mirada un bar para tomar una bien merecida cervecica fría. En la pared de una casuja vimos una placa circular roja con el rótulo de una bebida refrescante. Entramos en el portalillo, dividido en dos por un mostrador basto de madera; llamamos con los nudillos sobre el mostrador. Nadie acudió. Después con insistencia y a gritos. Nadie. Minutos después apareció una mujer sesentona secándose las manos sobre su mandil y casi se asustó cuando nos vio sentado en las sillas de aneas que había en el zaguán. Pedimos las cervezas. ¡Uy, hoy es martes y no encendemos el frigorífico hasta el sábado! - exclamó la tabernera. Después nos explicó que como por allí no paraba nadie excepto los sábados y domingos que era cuando la gente de Granada y de Almería visitaban la Alpujarra no tenía clientes hasta el fin de semana.

Proseguimos nuestra caminata hasta Capileira por un bello camino que nos mostraba un paisaje grandioso: a nuestra izquierda el bellísimo Barranco de Poqueira y al frente, Sierra Nevada todavía con algunas manchas de nieve en sus cumbres.
En Capileira montamos nuestro chiringuito bajo un enorme árbol y nos calentamos la comida enlatada, nos tomamos un café en una tasca y tras el consabido cigarrillo nos tumbamos sobre un banco para dormitar. Un hombre se nos acercó para preguntarnos que qué vendíamos, que como llevábamos esos macutos tan cargados creía que éramos buhoneros.

En otra ocasión, como nuestros desayunos tenían que ser contundentes para fortalecernos, me tocó (por sorteo democrático) bajar a un pueblo, por la zona de Válor, para comprar unas chuletas. Bajé al pueblo y pregunté por una carnicería. Una mujer me dijo que todavía no había llegado Manolo el Gitano, el matarife del lugar. Al rato llegó Manolo con un marrano atado y que caminaba tristemente detrás de él. Abrió un portalillo sacó una mesa y sus utensilios matanceros y finiquitó al cochino. Casi dos horas después estábamos Paco y yo desayunando unas chuletas a la plancha del marranico de Manolo.

La travesía duró algo más de una semana hasta salir, una vez cruzado el Puerto de la Ragua por La Calahorra y desde este pueblo del Cenete volvimos a Granada vía bus de línea. 

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