domingo, 28 de octubre de 2018

El fenómenos de los esposos-sirvientes

Esposos-sirvientes

La relación de pareja, nos referimos aquí a las parejas heterosexuales, es harta complicada si uno de los cónyuges piensa demasiado y toma conciencia de su situación.
Ponemos dos ejemplos de parejas asimétricas que se unieron por necesidad del guión de la vida.

Jacinto Ganapán era más vago que unas chancletas. Conoció a una chica por Internet y llegaron a realizar una entrevista a la que asistió la madre de Adela como observadora. Adela tenía 26 años y sufría una enfermedad degenerativa que a la larga la postraría en una silla de ruedas. Necesitaba un cuidador de por vida, una persona poco ambiciosa y servicial que a cambio de vivir sin dar un palo al agua obtendría a cambio un techo donde cobijarse, una guapa moza que le calentara la cama, alimentos y algún dinerillo para sus cosas. 
La madre de Jacinta, una viuda de 66 años, se consideraba aún joven como para implicarse en la penosa tarea de cuidar a una hija que a la larga sería una futura minusválida.
 Doña Isabel tenía un novio con el quien deseaba convivir y terminar sus años al lado de un hombre, que era lo que ella necesitaba.
Doña Isabel era una mujer muy corrida y se dio cuenta que el pánfilo internauta del novio de su hija era el candidato perfecto. Lo observó en la primera entrevista y tras invitarle a una copiosa comida que Jacinto devoró con ansia, Isabel cayó en la cuenta que ese mozarrón con cara de lelo era el perfecto futuro cuidador de su hija. Una hija que sería feliz y ella, su madre,  podría vivir su ansiada libertad.
Se casaron. Jacinto Ganapán recoge todos los días a su esposa, que ya se mueve en silla de ruedas, en la esquina del bar Imperator, donde tiene su negocio, un quiosco de ventas de boleto de la once.
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La condesa de Vallespino estaba chocheando y se le notaba unos brotes de demencia senil, también tenía una enorme fortuna y seis hijos que esperaban como buitres que la condesa pasara a mejor vida para poder heredar. Los seis temían que la condesa en un ataque de demencia regalara a cualquiera de sus múltiples aduladores y palmeros, hombres y mujeres, un trozo de finca o una de los veinte pisos que poseía en los mejores distritos de Madrid. La condesa tenía 80 años aunque ella pretendía, mentalmente, tener cuarenta.

En el comedor de la finca de Los Alamos se reunieron la media docena de hijos un domingo por la tarde para decidir qué hacer con la madre chocha antes que esta cometiera un desaguisado de escritura y notario.
El mayor de los hermanos explicó su plan. Buscarían un novio adecuado a la condesa para que estuviera con ella, en calidad de marido-cuidador, las veinticuatro horas del día y la alejara por siempre de esos impresentables que pululaban alrededor de la anciana. Encontraron a un oficinista que trabajaba en la notaría donde la familia solía visitar; el hombre era un cuarentón, formal y solterón. Le explicaron el trato además le ofrecieron el doble del salario que él ganaba en la notaría, más un piso y una cantidad de dinero a finalizar la misión, es decir a la muerte de la condesa.
El hombre aceptó y casó con toda pompa y medios de difusión con la vieja chocha.
El marido la llevaba y la traía, viajaban o se quedaban en unos de sus palacios y el esposo-sirviente tan contento. Jamás hubiera pensado que viviría en un palacio, tendría coche con chófer y podría codearse con la más granado de la alta sociedad de Madrid.
Cuando la anciana murió, el cuidador solo la soportó cinco años, él siguió cobrando su salario de por vida (según el contrato) más el obsequio de un piso y una cantidad de dinero nada despreciable. 

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