jueves, 23 de febrero de 2017

Un libro de mi biblioteca

La taberna  (Zola)

Cada lector tiene sus preferencias. El Realismo revolucionó en su tiempo a una parte de la clase conservadora del siglo XIX aunque ahora es la única forma de comprobar como vivía la gente del común en aquellos difíciles días.
 Emile Zola supo reflejar en esta novela, con exactitud fotográfica,  como nacía, vivía y moría la gente en pleno desarrollo y mecanización del siglo que afectó a la clase trabajadora de toda Europa.

"Gervasia cojeaba de la pierna derecha, mas no se lo notaba sino los días de gran faena en el lavandero público, cuando se abandonaba, molidas las caderas de tanto lavar ropa ajena. Conocía a la dueña del lavandero, una mujercita delicada, de ojos enfermizos, sentada en una gabinete cerrado de vidrieras, teniendo ante sí los libros de registro, las barras de jabón, sobre unos vasares las bolas de añil en frascos y paquetes de carbonato de sosa.

Gervasia fue abandonada por su hombre. Allí la dejaba sola, coja y con dos hijos pequeños. Tiempo después Coupeau, el plomero, la cortejó y la pidió en matrimonio. Celebraron una boda para los amigos del barrio aunque Gervasia no quería gastar sus ahorros en celebrar la boda. ¿A qué gastar tanto dinero en una comilona? 

Coupeau, al poco tiempo de la boda, sufrió un accidente laboral y tuvo que guardar cama y reposo durante varios meses, algo malo para un obrero ya que se le quitaron las ganas de trabajar. Gervasia era una mujer luchadora y pidió un préstamo para poder abrir una pequeña tienda de planchado para poder mantener a su vago esposo y a sus dos hijos. A pesar de todo Gervasia conservaba aún su lozanía, tenía unos ojos hermosos azules, una boca gordozuela con dientes blanquísimos. Era una rubia bonita y hubiera podido figurar entre la más bella del barrio, al no ser por la desgracia de su cojera. Había cumplido 28 años y aunque había engordado algo no dejaba de ser una mujer deseable.

En la taberna se reunían los de siempre, los ociosos, los borrachos, los obreros en paro y los revolucionarios de salón, de esos que hablan mucho y hacen poco. Uno de estos revolucionarios, Poisson, cuando bebía predicaba: "Quiero la supresión del militarismo, la fraternidad de los pueblos... Quiero la abolición de los privilegios, de los títulos y de los monopolios... Quiero la igualdad de los salarios, el reparto de los beneficios, la glorificación del proletariado... Quiero todas las libertades ¿lo entendéis? y también quiero el divorcio... (Nadie le hacía caso).

Gervasia no aguantaba aquella situación. Los hijos crecidos eran unos golfos, sobre todo la chica que a sus 17 años se fugó con un  comerciante viejo. El marido la maltrataba cada vez que volvía borracho de la taberna. Ella comenzó a descuidar la tienda y a beber para olvidar sus miserias. Se embruteció y descuidó su aseo personal a tal extremo que apestaba envuelta en sus andrajos. A pesar de morir de delirio tremens el violento esposo de Gervasia esta no levantó cabeza. Estaba desolada. Vivía de caridad en el hueco de una escalera porque no podía pagar un alquiler. 

Gervasia se vio en aquel horrible lugar de la ciudad donde las mujeres vendían sus cuerpos a cambio de unas monedas. Ella lo intentó pero fue rechazada hasta que un hombre la reconoció y le preguntó si era ella, la guapa Gervasia de su juventud.



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