viernes, 30 de enero de 2015

La enfermedad fingida: el último recurso de ...

Ante la desesperación y cuando el ánimo de una persona es abatido por el fracaso continuado y la impotencia de recuperación ante la lucha cotidiana por la vida, surge la figura de la persona supuestamente enferma como defensa de esa mala fortuna. Puede ser un mecanismo de defensa para los individuos más débiles: hacerse el enfermo para que la gente de su entorno crean dicha enfermedad y sean ellos o ellas el centro de la atención de familiares amigos y si también puede engañar a las instituciones sociales, miel sobre hojuelas. 

Hemos visto cantidad de supuestos enfermos y enfermas que como último recurso usaron este viejo truco.

Caso 1. Cuando yo vivía en la ciudad unos vecinos jubilados estaban en un permanente conflicto a causa de la histeria de la mujer que no soportaba que su marida marchara todos los días al Hogar del Jubilado a tomarse unos carajillos con los abueletes mientras ella se quedaba en casa realizando tareas doméstica. Esta esposa neurótica amenazaba al marido con tirarse por el balcón si la dejaba sola. Así días tras días hasta que el hombre se le hincharon las narices y le abría todas las mañanas el balcón para facilitarle su lanzamiento. La mujer al no poder engañar el marido con su manía neurótica optó por vivir una vida resignada a su edad: aburrirse con decoro, como todos los ancianos.

Caso 2. Un hijo rarito. No era mal estudiante pero sí le temía al trabajo.  El muy lerdo creía que recién terminada la carrera lo iban a contratar como ejecutivo de una multinacional. Pero no. Sin experiencia y sin poder demostrar a una empresa su capacidad profesional los trabajos que le salían no le llenaban, como él decía. Se encerró en su cuarto y pretextando unas jaquecas horribles dejó de buscar empleo y se dedicó a sus cosas: a no hacer el huevo. A sus 42 años de edad sigue vagueando y jugando con su ordenador y su madre le dice a las vecinas, con cara de circunstancias, que su hijo está malo, que por eso no puede trabajar. Le salió bien el truco al licenciado vidriera de los cojines.

Caso 3. Esta caso de enfermedad ficticia para salir de la rutina es muy viejo y se practicaba, ya menos, entre algunas amas de casa pueblerina.  Hasta no hace mucho, los hombres eran los señores del hogar, salían y entraban del pueblo cada vez que se le apetecía con el pretexto de que se iba de viaje de negocios. Se tiraba varios días con sus amiguetes o con putas. La esposa cariacontecida pero muy resignada se quedaba en el hogar cuidando a la prole y al puchero. Algunas de estas mujeres cansadas de tanta marginación se hacían las enfermas. Mareos extraños y dolores de piernas eran las escusas más frecuentes. Iban al médico del seguro para que la remitieran  al centro comarcal de la agrociudad o a la capital. Todos un sueño para ellas: cambiaban de ambiente incluso el marido la llevaba a un bar a desayunar churros con chocolate ¡casi nada!
 La que tenía más dinero obligaba al esposo para que la llevara a un especialista a Madrid: tres o cuatro días fuera de la rutina del pueblo. Bendita enfermedad imaginaria que  a tantas mujeres salvó de volverse majara estando todo el día encerradas en casa. 

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