jueves, 29 de enero de 2015

De mi libro: "Carta a Silvia y otros Cuentos"

Extracto de un cuento: El hombre sin recuerdos

"Recuerdo que cuando yo estaba estudiando en el Instituto, Paquito, el aprendiz de mancebo, ya trabajaba en la farmacia de papá y era un chico muy espabilado y apuesto. Éramos de la misma edad, pero él me daba cien vueltas en todo lo referente a la vida.
Por circunstancias ambos nos encontramos ahora en la misma residencia de ancianos. Yo, a mis 83 años de edad estoy en el ala de pago y él en el ala de la Diputación, llamada así porque este organismo paga la estancia de algunos  pobres. 

Yo siempre, recuerdo ya de viejo, cuando trabajaba en mi farmacia y me hacía preguntas:  ¿ Para ésto estudié una carrera universitaria?  ¿Para ser un tendero de medicamentos? Sin embrago Paquito, ahora Paco, aunque era mi empleado seguía siendo un vividor y un putañero. Tenía mujer y dos queridas al mismo tiempo, era mucho más atractivo que yo que tengo cara de tabernero y barriga de cruzcampo, aparte de esto él desbordaba simpatía y a sus 32 años de edad tenía numerosas novias además de una esposa y dos amantes formales.  Pero la esposa de Paco me traía loco ¡Qué mujer! Nada más verla entrar por la puerta mis ojos la desnudaba y mi mente hervía con deseos inconfesables.
Por contraste mi esposa era una pavisosa, muy de pueblo, y fea a rabiar. Me casé con ella por no contradecir a mis padres, ya que su familia poseía enormes fincas, que alguna vez heredaría Pabla, la hija única del hombre de los tractores, como la gente del pueblo llamaban a mi suegro, por tener la concesión de una prestigiosa marca de estos vehículos agrícolas. 

Una vez me dijo Pabla, que en paz descanse (gracias a Dios), que el mancebo, que el apuesto Paco, la miraba lascivamente. ¡Mirar con lascivia a Pabla que era un pechoplano, que era culibaja y tenía cara de muñeca de porcelana desteñida! ¡Que más quisiera ella!

La mente humana es muy compleja, cuando me tocaba hacer  el amor con mi esposa Pabla, en el cénit de la faena ella exclamaba, como transida, ¡ay, Paco!  para corregir atropelladamente y exclamar  ¡Ay, Luis, que viene!

Aparte de estos episodios eróticos mi vida transcurrió como el paso de una caravana de camellos por el desierto: vacía y sin frontera alguna. Desde que terminé la carrera de farmacia y me hice cargo del negocio familiar hasta que mis hijos me metieron en este asilo  mi vida fue como el eructo de un borracho: desagradable y soez.

La noche de mi experimento fue un caos. Horas antes llegó a la farmacia la esposa exuberante de Paco para recogerle e irse de cañas. Era primavera y ella vestía un traje ceñido de color  esmeralda. Parecía como si fuera denuda pero pintado de color verde. Sentí una potente erección y un calor que recorrió toda mi médula espinal. ¡Lo que yo me dejaría hacer por aquella hembra!
Llegué a casa perturbado por la visión de la mujer de mi mancebo. Después de la cena insinué a mi esposa mi deseo de hacer el amor.  En la cama, antes de copular, tengo que soportar siempre el mismo rito. Ella se levanta enfundada en un horrible camisón color hueso para coger  un frasquito de agua bendita que conserva en el armario para esparcir unas gotas sobre el lecho conyugal, después se  persigna y dice con voz que parece que le sale del esfínter: "Cuando quieras". Hago un sublime esfuerzo,  cierro los ojos e imagino que abrazo a la mujer de Paco, pero no, no funciona el experimento. Mis dedos sienten las flácidas carnes de Pabla y siento su cuerpo como si fuera el tacto de una merluza pasada. No puedo hacerlo. Reconozco que soy un impotente, más mental que funcional."

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