sábado, 27 de junio de 2020

Una reflexión para el Verano

Vivimos entre la mentira y el embuste

Si la mentira es el engaño que sirve para salvarnos de una situación crítica o un determinado peligro hacia nosotros mismos, el embuste es una mentira gratuita e innecesaria que se hace para aparentar desde un supuesto éxito profesional o empresarial hasta un ficticio  equilibro de relación entre familiares, entre la pareja o sencillamente para edulcorar una existencia miserable.

Es imposible vivir hoy en día sin practicar la mentira ni el embuste. Cualquier líder social (político, religioso, sectario, etc) basa su éxito en la capacidad de mentir, en hacer creíble imposibilidades y situaciones comprometidas. 
Una familia "bien" suele usar el embuste para encubrir situaciones  anómalas en el seno familiar. Desde siempre se ha intentado solucionar graves problemas de convivencia y de comportamiento de un miembro del clan usando aquella triste y fatalista frase de "los trapos sucios se lavan en el seno de la familia". Como aquel caso de un jubilado, habitualmente borracho, que empujó a su anciana esposa, la tiró al suelo y le rompió un brazo. Los hijos acudieron y lo primero que dijeron era que no se enterara nadie. Nadie marcó el teléfono de violencia de género. Sería una vergüenza que se enterara en el pueblo o en el barrio que fulano,  un borracho habitual por todos conocido, maltrató a su esposa.
Otro embuste muy recurrente, y casi lógico, es cuando las madres, más que los padres, montan historias mágicas y estupendas alrededor de su hijo o hija que vive fuera de la localidad. Todos y todas están situados profesionalmente en la cúspide del éxito. Son embuste evidentes, mal urdidos pero que se aceptan como excusas al fracaso. Una anécdota entre dos cuñadas: Mi hija consiguió por fin la plaza de secretaria de juzgado en la capital; pues mi hija -contesta la otra llena de envidia-  se ha echado un novio (se ha amancebado, en castellano tradicional) con el director general de Mobilidad Ciudadana; está casado pero le ha prometido a mi hija divorciarse para casarse con ella cuando pueda. Un embuste de una madre para encubrir a una hija fracasada.

Entre la clase baja y media lo que más atormenta a esta gente es haber nacido de baja cuna, sin pedigrí, y  sobre todo, el haber pasado humillaciones y miserias para poder subsistir en épocas difíciles en nuestra patria. Lo contrario de algunos americanos que se jactan recordando y diciendo cuando ellos o él vivió, en su niñez, en el peor distrito del Bronx y que ahora es un millonario y propietario de una cadena de cafeterías por todo el país.

El paradigma de la mentira institucionalizada fue cuando Clinton hizo una guarrada con una becaria y este presidente juraba y perjuraba que era mentira, que todo era un montaje político, que apenas conocía a dicha moza. Se destapó el escándalo cuando la joven salió en televisión contando el affair y tiempo después, el propio Clinton salió en los medios pidiendo perdón por la mentira. ¿Una mentira necesaria? Quizá, para salvaguardar el honor (¿el honor?) de un presidente de Estado.

En el medio rural donde habito es muy común el embuste colorista y fácilmente detectable de algunas familias, que se las dan ahora de antiguos terratenientes, cuando décadas pasadas una rama de dicha famila eran destripaterrones-jornaleros y otra rama marcharon a vivir al Pozo... de tío Raimundo, Madrid. Unos y otros, al triunfar relativamente en el trabajo o en sus pequeñas empresas familiares, ya de mayores, se esfuerzan en  hacer creer que ellos siempre fueron notables ciudadanos. 
"Cuando un pobre come caliente todos los días se considera un potentado caballero" -decían en el siglo XVII nuestro novelistas.

¿Y tu hijo, por dónde anda?- preguntó la vecina a doña Adela. Muy lejos, se colocó muy bien en Suiza y allí vive ricamente. Un embuste para no explicar que su hijo lo atraparon con medio quilo de hachís y cumple condena por una temporada. 

¿Me quieres? -pregunta la sebosa, hedionda, fea y desagradable esposa a un marido que ve la tele con cara de memo. ¿Qué?- Que si me quieres. Claro que sí, si no ¿a quién voy a querer? 

La mentira y el embuste. Si no se practicaran estas artes habría más guerras, más conflictos y más desacuerdos que hay hoy en día en todo el mundo y todos los hogares.






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