sábado, 27 de junio de 2020

Un español en el East Harlem de NY (Un cuento)

Un español en el East Harlem de Nueva York

Cuando Jacinto abrió los ojos al clarear el día, lo primero que percibió fue ese olor característico de las casas americanas: una mezcla de olor a pan tostado, a mantequilla y a bacón. El sofá donde durmió era duro y pegajoso, era de plástico imitando a piel. En unos segundos rebobinó sus recuerdos inmediatos: la llegada al John F. Kennedy International Airport ,de noche; la tensa y desagradable burocracia de la aduana que se suavizó algo cuando presentó la Green Card que le había agenciado su cuñado que le estaba esperando en Llegadas. Jacinto estaba tan aturdido por el viaje y todo aquello que no prestó atención al largo tiempo transcurrido a bordo del Toyota, expertamente conducido por Richard Hernández,  su cuñado, un americano-mexicano de tercera generación.

-Arriba Jacinto, que Richard te espera en la oficina para buscarte un trabajo - alertó cariñosamente su hermana, esposa del hispano, mientras abría la ventana. 

-Mira, hermano, dijo Adela con solemnidad. En este país el que no trabaja no come. No pasa como en España que hay millares de personas que no trabajan y viven casi bien a costa del welfare. Richard te espera en la oficina a las 12, él te explicará como funciona en este país las cosas. 

-No vayas a vestirte como en tu trabajo en  Córdoba, con corbata y chaqueta porque al pisar la calle te robaran hasta los calcetines. En esta zona de Nueva York que llaman el  East Harlem hay buenas personas pero también hay muchos cabrones. Aquí en El Barrio todos hablamos español, somos 120 mil  hispanos, entre portorriqueños, mexicanos, bolivianos y de otros países más una escasa decena de españoles. En este papel llevas la dirección a donde vas y como aquí, en Nueva York, casi todo el mundo habla español no tendrás problema. Si tienes que preguntar algo lo haces a  un bro, a uno que tenga pinta de sudaca. Así te ahorrará hablar en tu terrible English.

Jacinto salió a la calle, una calle fea y ancha, sucia y ruidosa. Le llamó la atención los diferentes acentos de un español difícil de comprender. Una mujer con pinta latina casi huyó aterrorizada de él cuando este le preguntó donde estaba la parada del bus con dirección al Soho.

El español, disfrazado con ropas tan horribles como las que suelen usar los jóvenes latinos en  NY , bajó del bus y buscó la cartera en el bolsillo trasero del pantalón para sacar el papel con la dirección de la oficina donde trabajaba Richard.
 Le habían robado la cartera con treinta dólares, la Green Card y el papel con la dirección de la casa de su hermana en El Barrio.

Las rodillas se le aflojaron y un sudor frío le recorrió desde el cóccix hasta la nuca. Se mareaba. Preguntaré a un policía con pinta de hispano, se dijo. Pero no, no llevo ninguna documentación y el policeman es capaz de empapelarme. Al pasar frente a un portal  oyó el ruido de una lavandería, los empleados hablaban un español cubano. Mira chico -le dijeron- cruza la calle y allí hay un Centro Hispano de Ayuda.

¿Como dices que se llama tu cuñado? Le preguntó una morena cuyo culo rebosaba la silla donde se sentaba. Espere que teclee. Aquí está, es colega nuestro: Richard Hernandez, responsable de la Oficina Exterior del Emigrante Hispano. Está muy cerca de aquí.

-Por fin llegaste, cuñado -dijo jovialmente Richard. Tengo dos trabajos para ti. De 9 a 13 en el comedor social sirviendo comidas a los homeless. Y por las tardes te va a este hogar de perros, para sacar a pasear a seis canes. No se lo que te pagarán a la hora, ellos te lo dirán, supongo. Lo de la Green Card no problem, yo me encargo de obtener un duplicado.

Jacinto regresó a El Barrio todo cansado y desconcertado. Le habían dado, entre el trabajo por la mañana y el de por la tarde lo que él ganaba en España en una hora. Ahora me veo aquí -reflexionó- como un paria por culpa de unos cerdos capitalistas llamados Lehman Brothers que en 2008 fueron los culpables indirectos para que yo perdiera mi trabajo como asesor en ventas de una inmobiliaria. Esperé que la economía se recuperara, pero no. Después de un año cobrando el subsidio de desempleo todo iba a peor hasta que  decidí probar suerte en otro país, en USA,  con la inestimable ayuda de mi hermana Adela y de mi influyente cuñado americano Richard Hernandez.

¿Te vas de verdad, Jacinto? -preguntó su cuñado.  No soporto este tipo de vida. Trabajar para sobrevivir es muy triste, este tipo de vida está bien para un campesino boliviano que se moría de hambre en su país. No para mí. El otro día contacté con un antiguo compañero  de trabajo y me ha dicho que en la Costa de Sol de Málaga hay trabajo para gente con mi perfil. Mi experiencia en esta ciudad no fue grata del todo. Sí, Nueva York es una ciudad pintoresca aunque  grotesca y tan llena de color, como dicen que es, que ya no soy capaz de diferenciar los colores cálidos de los fríos. Bye-Bye, New York. Retorno a España. ¿Y el sueño americano? -preguntó con sarcasmo Richard abriendo una lata de Budweiser- A la porra ese sueño que es más una pesadilla tener que vivir en una ciudad tan poco... homogénea. 

Cuando el avión aterrizó en Málaga y Jacinto vio un hermoso cielo azul de una mañana de marzo del año 2010 pensó en el engaño continuado al que estamos sometidos  la mayoría de los seres humanos cuando  pretenden hacernos ver que lo blanco es negro según les convenga.  
 América para los americanos y Andalucía para los andaluces. Cada mochuelo a su olivo y cada oveja con su pareja.
 Pon otra copa de manzanilla -ordenó Jacinto al camarero del bar, un individuo que dibujaba en su rostro evidentes  rasgos andinos. Era otro hispano, pero en Málaga.


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