lunes, 28 de agosto de 2017

Occidente y el agorero Spengler

Occidente y el agorero Spengler

Antes de aparecer una enfermedad suelen manifestarse unos síntomas. ¿Cuales son los síntomas que marcan esa decadencia  de la Civilización Occidental?
Son múltiples, podemos indicar los más banales, aquellos que reflejan los gustos y los comportamientos de la plebe, del populacho, como decían los antiguos historiadores, de nosotros. Las diferentes cadenas de televisión nos ofrecen en sus programas un espejo que refleja como es la morralla, como somos; diluyendo unos valores que no interesa al Poder y ensalzando otros no-valores espurios y chabacanos y que se proyectan en  esos concursos vejatorios para gordos, flacos o retrasados mentales o esa elevación a los altares de la estulticia considerando a meros cocineros como líderes culturales o esos programas de tertulia realizados por intelectuales fracasados que pretenden ser sénecas de taberna. Qué decir de la aparición en  pantalla de gentes sin oficios ni beneficios, vagos profesionales que suelen ser denominados  famosos,  populares o televisivos.  Toda esa caterva  zancadillean el desarrollo intelectual de una masa de débiles mentales usuarios a diario de las bobadas que ofrecen los diferentes  canales televisivos.

Oswald Sprengler ya escribió un tratado sobre la Decadencia de Occidente apoyándose en unos hechos no muy aceptados cuando apareció su tratado ni ahora por ser considerados obsoletos. Pero años después el sociólogo Lipovetsky anunció que nuestra sociedad occidental está malherida. Sufre síntomas irreversibles, con una población desinformada, desnortada e idiotizada donde parece ser que lo único que le interesa, como colectivo, es reclamar unos derechos sin responsabilizarse de sus deberes, que aborrecen la austeridad y el sacrifico como meta hacia un humanismo necesario para una mejor convivencia. 

Valores como el honor, el orgullo de ser y estar, de pertenecer a una nación, a una cultura o a una religión se han difuminado en el marasmo de un nihilismo enfermizo, de una laxitud en el buen hacer y en un hedonismo tercermundista, muy tipo low-cost. 
Algunos ciudadanos que se las dan de "modernos" opinan que la Decadencia de Occidente es un producto de un rancio conservadurismo, una falacia generalizada y estos personajillos tan modernos no se les caen la cara de vergüenza cuando una mayoría de ellos viven a costa de otros: de sus padres, de sus parejas o de los ciudadanos que les votaron o votamos y los auparon a puestos políticos remunerados.

Seamos consecuentes, el Capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de los banqueros y de las élites económicas apoyado por sus secuaces naturales, toda esa patulea de gente que  sabemos.

Occidente va hacia abajo; abrimos nuestras puertas a otras culturas  e incluso subculturas. Pero aquí no pasa nada. Como a principios del siglo IV durante el Imperio Romano cuando se levantaron  voces avisando del peligro de esas invasiones bárbaras y nadie quiso hacer caso. No pasa nada, decían. Y pasó, una nadería, la total desaparición de la mayor civilización que hombre creó. 

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