jueves, 25 de mayo de 2017

Un cuento corto: La ducha

La ducha

Adela salió de la ducha temblando de frío. La bombona de butano se había agotado antes de poder aclarar el gel de su cuerpo. Un cuerpo escultural, sublime que se reflejó en el espejo del triste cuarto de baño. Adela se secó y sin saber por qué posó desnuda frente al espejo, de frente, de lado, de espaldas, sonriendo, sacando la lengua para decirse mentalmente: Adela con este cuerpo podrás conseguir lo que quieras.

La madre de Adela trabajaba como limpiadora de oficinas y su  hija de dependienta en una mercería de un barrio apartado del centro de la ciudad.

Hija mía -dijo la madre mientras fregaba los platos tras la cena- yo no pude darte una educación mejor, pero tiene ese cuerpo que con inteligencia por tu parte podrás salir de esta miseria. Mamá ya está otra vez con la misma cantinela -protestó blandamente Adela.
La madre le recordó que ya tenía veinticuatro años de edad, una edad adecuada para casarse, pero jamás con un muerto de hambre del barrio, ni menos aún amancebarse con cualquier ganapán de discoteca.  La limpiadora le recomendó que el mejor partido para ella había que buscarlo en el trabajo, no en la mercería, sino entrando a trabajar en una importante empresa donde pudiera saber con detalles las señas de identidad de todos los posible hombres casaderos.

Adela pensó y repensó los consejos de su madre. Una madre soltera, que había sufrido mucho para criarla. Ella se había convertido en la gran esperanza de la madre.
 Por las tardes, tras el trabajo, y en sus días libres paseaba por el centro de la ciudad buscando carteles que solicitaban dependientas, camareras o lo que fuera.
Un día de tantos, saliendo de una cafetería vio un cartel donde se requería una chica para la máquina de fotocopias. Razón "R.H. y Asociados. Abogados". Llamó y quedó citada para el día siguiente a las 10 de la mañana. Siguiendo los consejos del Hola se vistió para la ocasión. Una falda gris oscuro por debajo de las rodillas aunque algo ajustada, un suéter negro de cuello alto y una chaqueta de color rojo;  zapatos negros de medio tacón y un bolso discreto del mismo color. La entrevistadora, que tenía pinta de marimacho, la desnudó con la mirada y la contrató al instante. En el bufete de abogados aguantó casi algo más de un año, ganaba poco pero le sirvió para fijarse como hablaban y se portaban las letradas  más jóvenes y hermosas; como vestían, como reían y como andaban. Adela copió todo al dedillo aunque no consiguió cazar a ninguna persona importante, solo captó las viciosas miradas que le lanzaba la supuesta lesbi, aquella que le hizo el contrato.

 Una noche, cuando salió de trabajar, pasó por la puerta de una lujosa y afamada clínica y vio un discreto cartel que solicitaba una recepcionista. Llamó y vestida con su disfraz de pseudoejecutiva pasó la entrevista con facilidad. Dos días después se hallaba en un lujoso vestíbulo tras una mesa, varios teléfonos y un ordenador. 

Dos años después. Adela salió de la ducha  y se vio reflejada en el gran espejo que cubría una pared del elegante y lujoso cuarto de baño. Cuando  secó su cuerpo se quedó desnuda para verse reflejada de frente y de perfil. Una gran barriga de siete meses la deformada.  Pensó que eso  era el precio por haberse casado con el doctor Contreras, un viudo cincuentón, feo, pancigordo pero el socio principal de la clínica. Se puso una bata, se peinó y sonrió diciéndose suavemente: mamá, ya soy toda una señora, como tú querías.


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