domingo, 28 de mayo de 2017

Hay mujeres muy resabiadas

La cazadora del mansurrón  

Adela, hija mía, ven que te diga -ordenó con cariño la madre- me ha dicho el alcalde del pueblo que van instalar un consultorio y que si  me importaría alquilar una habitación al nuevo médico porque como tu sabes la única posada que hay aquí son para los arrieros y los recoveros. 

En la campiña cordobesa el calor, en pleno verano, es un tormento. Cuando se apeó el Dr. Cipriano del autobús  que lo trajo de la capital de provincia al pueblo creyó que estaba en pleno desierto. Eran las 4 de la tarde y la luz solar reverberaba del suelo y de las paredes encaladas como desde un espejo.

Preguntó por la dirección que llevaba escrita en un papel. El zaguán de la casa ya era al menos cinco grados  más fresco  que la calle. Llamó y lo recibió Julia,  la quiosquera. No le esperábamos hasta mañana -dijo la mujer arreglándose los cabellos con las manos al mismo tiempo que forzaba una sonrisa. Es que me sobró tiempo tras facturar tres maletas y un baúl con libros para que los traiga el corsario- se justificó el galeno.  

El verano cordobés dejaba como una lluvia de fósforo ardiendo sobre el pueblo. Las siestas de todos los pueblerinos eran largas y perezosas como la que se echaba el joven doctor Cipriano, recién acabada la carrera y con 26 años de edad. Un calor y una tranquilidad que  revolvió la libido del joven cada vez que veía pasar descalza y con una bata desabrochada a Adela, 22 años de edad y con un cuerpo más deseable que un mollete antequerano recién hecho.

Con más frecuencia de lo normal, la quiosquera anunciaba en plena siesta que se iba al negocio a hacer unas devoluciones de revistas y periódicos atrasados y que tardaría en volver.

¿Tienes fuego? -preguntó Adela acercándose al joven doctor que estaba tumbado sobre la cama en calzoncillos. Ella iba vestida únicamente con un cigarrillo Bisonte en la mano. El doctor sintió algo extraño en el bajo vientre y le dio fuego, vaya si se lo dio.

La boda se celebró a prisa y corriendo, como se decía antes, porque la niña estaba embarazada de tres meses.

Adela sabe que ella no es nadie,  que es solo la esposa del doctor Cipriano, el médico titular del pueblo. Casi nada, que se zurzan las envidiosas. 

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