martes, 28 de marzo de 2017

Un relato corto

Le llamaban Duquesa

Sí, mi amigo Jacinto es un triunfador. Es un señor importante en la gran ciudad, es director de una gran empresa y presidente del consejo de administración de varias importantes firmas comerciales. Jacinto fue mi compañero de instituto, estudiaba con una beca porque era más pobre que una rata y más listo que el hambre. Estudiaba duro para salir de la miseria de vivir en un piso de apenas 60 metros cuadrados, en un execrable barrio obrero, con tres hermanos, una madre medio idiota y una padre que ganaba el jornal trabajando como peón caminero. 
Recién acabada la carrera asistió a una fiesta dada por un compañero de la universidad, allí conoció a Adela. Una chica fea como un troll pero  una de las dos hija de la mujer más rica de la capital. Jacinto no lo dudó. Él tenía 23 años de edad y ella cerca de la treintena. Bailó toda la noche con la chica, intercambiaron teléfonos y a los tres meses se hicieron novios. Pero ¿quién era la dama fundadora del imperio Duquesa Inversiones?

Lola la Brava era la puta mejor cotizada de la ciudad en el tiempo cuando los burdeles estaban permitidos. Cuando tuvieron que cerrarlos por orden gubernativa Lola, aconsejado por el duque De Flor, su cliente más especial, montó una camisería fina de lujo, donde las supuestas costureras eran las meretrices más selectas de la ciudad. Allí acudía la flor y nata, como se decía antes, de la sociedad de los vencedores de la guerra: gerifaltes de camisa azul, militares de muchas estrellas, estraperlistas y terratenientes, todos ellos casados con esposas resecas de prejuicios y de  nulas habilidades camastrales.  Lola ganó mucho dinero que invertía en bolsa, en acciones y en negocios más o menos legales.
Cuando murió su protector, el duque De Flor, ella adoptó el sobrenombre de Lola la Duquesa y cuando cerró el burdel, a principios de la década de los 60, se quedó en  duquesa a tal extremo que con el paso de los años la gente creyó en verdad que la tal señora era una duquesa. Estilo no le faltaba, disimulaba su pasado con un barniz adoptado y copiado durante sus largas estancias con el duque De Flor.
La duquesa formó una familia como Dios manda, casada por la iglesia, con un marido que era un papamoscas, un cabrón consentido, adquirido  por la duquesa como tapadera para sus dos hijas espurias engendradas, una por un alto cargo del gobierno y la  otra, la más fea, Adela,  hija de un contratista.

La duquesa, en su madurez, era muy respetada en la ciudad. Aparte de ser  una prestigiosa empresaria millonaria supo casar a sus dos hijas. Una con un médico famoso y la otra con un chico con la carrera de ingeniería recién acabada, mi amigo Jacinto, el hijo del peón caminero, aquel que tanto odiaba vivir en un piso de pobres.

Hoy día don Jacinto es algo grande. Imposible acercarse a él ni menos aún contactar por teléfono. Es un hombre muy importante, es un triunfador gracias a estar casado con... una hija de puta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario