lunes, 21 de marzo de 2016

FORTUNA IMPERATRIX MUNDIS

Fortuna Imperatix Mundis o Memoria de una mujer desafortunada.

Con este subtítulo a la introducción de Carmina Burana narraré las desdichas de Francisca (Paca) Gómez nacida en una aldea andaluza al abrigo de los montes de una Comarca de las más pobres de la Región.
Cuando la maestra del lugarejo se dio cuenta de la viveza y del afán por aprender de la niña Paca, una de las cinco hijas de un pobre jornalero, quiso ayudarla para sacar de la miseria a la chica. Habló con la madre semicretina de Paca y le dijo que se la llevaba a estudiar a un colegio privado de la capital en calidad de fámula, de niña-sirvienta de las internas de pago. Los padres encantados, una boca menos que alimentar.
Paca tenía unos trece años de edad cuando se vio en aquel cuartucho, junto con otras cinco niñas pobres, que a cambio de dejarse explotar trabajando  las monjas les permitían estudiar gratis para poder sacar el bachillerato elemental (cuatro años y reválida) necesario para estudiar magisterio, dos añitos más bregando con los libros. 
Paca aceptó estoicamente el duro trabajo de limpiar los dormitorios, los retretes y servir la mesa a unas "compañeras" que se reían de las fámulas, además de llamarles "mulas".
A sus 17 años, antes de terminar el bachillerato Paca tomó conciencia de su condición de semi esclava, de pobre de solemnidad a tal extremo que también odiaba visitar a sus padres idiotizados por el hambre y el alcohol y de ver como crecían unos hermanos convertidos en plena juventud en golfos y maleantes.
Rechazó la invitación de las monjas para que siguiera trabajando como criada para ellas hasta terminar la carrera de magisterio. Prefirió emplearse como dependienta en una zapatería y alojarse junto a otra  ex-fámula en un cuartucho de una pensión. 
Cursando el último año de carrera quedó preñada de Jorge, el hijo único del dueño de la gran tienda de Ferretería Mañas. Jorge aparte de ser un chico semilelo también fue caballeroso y casó, para remediar el entuerto, con Paca.
En los años 64 del pasado siglo las mujeres burguesas, no trabajaban en nada ni participaban de apenas en algún tipo de vida social, se aburrían una barbaridad. Paca también. Jorge, su marido, un buen abogado estaba casi todo el día en su despacho y ella en su casona, heredada de los suegros, pasaba el tiempo junto a una vieja y maleducada sirvienta y una hija pálida y depresiva que le amargaba la existencia.
Paca creó en su imaginación una bella aventura amorosa que llevó a la práctica  con un dependiente de la tienda Mañas que era guapetón a rabiar pero más elemental que un nabo hervido. Hasta que fue descubierta y pillada, con testigos, in fragante delito en la cama matrimonial. Fue expulsada del hogar,  sin derecho alguno y además llevándose consigo a una hija veinteañera pavisosa.
Como Paca nunca trabajó de maestra y no tenía experiencia laboral en nada y  además ya le pesaba sus  53 años de edad y estaba gorda y amargada, nadie la contrataba para nada.  Para salir de la miseria no tuvo más remedio que acudir al convento de monjas para suplicarles un empleo para poder comer. Allí le dieron un trabajo como ayudante de cocina  además le ofrecieron un frío sótano donde poder dormir junto con su inútil hija.
Paca, acostada en su camastro tras  su dura tarea  laboral se preguntaba por qué su estrella era tan nefasta al extremo de sumirla de nuevo en la más abyecta pobreza, la misma de la que tanto luchó por salir de ella. Pensó en los caprichos de la diosa Fortuna y en aquella frase que tanto repetía su profesora de latín: Fortuna Imperatrix Mundis.

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