Mi primo Jacinto, el embajador frustrado

Mi primo Jacinto, el embajador frustrado (un relato para este mes).

El primo Jacinto era el hijo menor del tío Pedro, un comerciante de pueblo que deseaba tener un hijo importante en la familia ya que sus dos hijas mayores eran imbéciles de atar. 
Fue enviado a Granada para estudiar derecho para poder seguir los pasos de otro insigne primo, Ricardo, secretario del embajador español en Roma.
Jacinto no iba ser menos. Tardó ocho años en terminar la carrera de  derecho, le costó una fortuna al tendero pero por fin obtuvo su nene el título de abogado. Más tarde, y para huir del trabajo más que para formarse, hizo un máster en Santander para intentar después entrar en la Escuela Diplomática. No entró porque aparte de ser un torpón descerebrado tenía una cara de paleto que llamaba la atención. 
 Cuando el tío Pedro murió y su mujer y sus dos hijas y el presunto diplomático se comieron la herencia, el primo Jacinto, con casi 42 años de edad tuvo que trabajar, pues nadie le costeaba ya sus sandeces.
Por fin pudo aprobar una oposición como auxiliar de la sanidad pública  que le facultaría para trabajar repartiendo boletos de control para las consultas médicas en un ambulatorio del SAS en un pueblo de Huelva. Muy lejos de su ciudad natal.
Jacinto una vez que estaba sentado en la ventanilla del ambulatorio pensó: que mala suerte la mía; aquí estoy repartiendo números a estos pacientes, yo, con mi carrera de derecho, con dos másters en diplomacia y otro en relaciones internacionales y encima de todo  debo mostrar ante la gente que me conoce que estoy orgulloso de haber aprobado unas oposiciones cuyo único requisito académico era tener el graduado escolar. Menos mal que trabajo lejos de mi pueblo y puedo inventar una situación laboral idílica, que soy un asesor legal de una multinacional, así con dos cojines, como corresponde al hijo de mi padre. ¡ Y es que tengo un currículo académico y profesional sensacional!