domingo, 29 de marzo de 2020

Un cuento

El rumor de las olas   ( Un cuento corto)

Adela miraba fijamente la lámpara del dormitorio, estaba acostada junto a su marido que dormía profundamente. La claridad de un nuevo día se filtraba por entre la persiana mal ajustada. Era un domingo por la mañana, nadie tenía prisa. Ni ella ni su marido.

Adela parpadeó varias veces para afianzarse en su decisión; despertaría al dormilón y se lo diría sin más dilación. Con el codo aguijoneó el costado de Jacinto, con suavidad, pero éste no se inmutó. Dos codazos enérgicos hizo casi saltar al marido de la cama que despierto y aturdido preguntaba. 
-¿Qué pasa, qué pasa?
-Cariño, despierta. Tengo que decirte algo importante
Jacinto se recuperó, se colocó las gafas y se sentó en la cama para preguntar a la esposa que era tan importante. Nada... bueno, sí. He estado pensando esta semana en la conveniencia de comprar un apartamento en la playa ya que hemos finalizado el pago de la hipoteca de nuestra vivienda. Pero mujer -se quejó Jacinto- yo esperaba esta liberación para poder vivir un poco, viajar en vacaciones, comprar lo que nos guste y todas esas cosas. ¿Para qué? Después todo pasa y qué te queda, un vago recuerdo, a lo sumo  un montón de fotografías en el iPhone que nunca mirarás. Un apartamento nos dará prestigio entre los vecinos, dirán mira esos dos, dos ATS que tienen un adosado, dos coches y un apartamento en la playa!
Adela -se quejó con humildad Jacinto- es que meternos en otra trampa con el banco, con los buitres que son. Todo el mundo lo hace- dijo la esposa acariciando el enteco muslo de su marido- y viven tan ricamente. Mira querido, cuando fuimos el pasado fin de semana a Motril vi un piso, con el cartel se vende en el balcón, y  estaba en primera línea de la playa. Solo el paseo marítimo entre la vivienda y el mar. Fantástico. Lo justo para nosotros.

Adela y Jacinto pasaron su primera noche de las vacaciones de agosto en su flamante, aunque era de segunda mano, apartamento frente al mar. Dos plantas más abajo había un bar con mesas en la calle, el ruido de gritos, risas y conversaciones en voz alta lo mantuvo despierto hasta las tres de la madrugada. Cuando comenzó a dormirse su cerebro detectaba un ruido desacostumbrado, un plaf-plaf incansable: era el batir de las olas sobre la playa. Un ruido que le sacaba de quicio, él acostumbrado al silencio de la urbanización El Mirto que estaba en mitad de la nada. Cuando ya se quedaba traspuesto con un suave sueño fue despertado a las siete de la mañana por el trajinar del bar de abajo. Mesas y sillas que se arrastraban para barrer la calle, el tintineo de tazas y platos y del vapor a presión de la cafetera y los gritos de los camareros hablando entre ellos.

Jacinto salió al balcón con una taza de café instantáneo en una mano y un cigarrillo en la otra. Su mujer dormía a piernas sueltas. Eran las diez de la mañana, el sol cegador le daba de pleno en los ojos. No podía ver nada, ni la playa. Solo una superficie metálica del agua calmada que reflejaba los inmisericordes rayos del sol. 

¡Qué bien se está aquí! -exclamó Adela gozosamente cuando se levantó y echó un vistazo al exterior. ¿No es verdad, corazón? Sí, sí. Sobre todo escuchar  durante toda la noche el rumor de las olas desde la cama. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario