sábado, 23 de abril de 2016

UN CUENTO DE PRIMAVERA

El paraíso de Julián Cornejo

Todo estaba decidido. El abogado de familia dio a firmar un contrato de separación de bienes. Para la ex-esposa de Julián la enorme casa en la Costa Brava y para Julián la mitad del valor de dicha casa, en dinero, en cash, como le gustaba decir al publicista de Norton & Norton. Eran varios millones de pesetas del año 1993, una pequeña fortuna. El sueño dorado para Julián. Viviría de las rentas y de sus nuevos proyectos a pesar de llevar a cuesta sus 52 años de edad. Acertó al liberarse de su histérica esposa y de su manía de vigilarlo hasta cuando iba al baño.
Alquiló un apartamento en Barcelona en un lugar elegante y montó su estudio en la habitación más iluminada. Comenzaría su deseada carrera de pintor, un sueño aparcado desde que terminó la carrera de arte para poder trabajar en una multinacional, primero como dibujante y después como CEO. A la porra todo. Se despidió del  trabajo para experimentar ahora otro tipo de vida.
Tras contactar con su amigo, el galerista L. Turó de Turó Art  preparó durante seis meses una exposición por encargo, para darse conocer en el mundo del arte.
Antes de la exposición tuvo que gastar bastante dinero en publicidad y en amañar futuras críticas: buenos restaurantes y entradas en cabarets de lujo para unos buitres carroñeros pero necesarios para suavizar a  estos periodistas y críticos de arte más conocidos de Barcelona.
La exposición fue un éxito. Un falso comprador, preparado por Turó, adquirió de golpe diez obras el mismo día de la inauguración, otros coleccionistas se animaron y compraron de verdad otra media docena de pinturas. 
Galeristas de otros lugares de España contactaron con Julián para invitarle a exponer en sus galerías. Participó, apoyado por la Galería Turó Art, en todas las Feria de Arte más conocidas del país. Julian se sentía pleno, fabuloso, exultante.  En un año gastó más dinero que el esperado. Tenía que pagar las buenas críticas y agasajar generosamente a sus diferentes  novias, de 25 a 30 años de edad, que cambiaba cada cierto tiempo, igual que a sus coches. La rutina envilece, me dijo una vez.
 Vivo a tope -me comentó en cierta ocasión una noche de verano en la terraza de un bar del Albaicín granadino-  para sentirme joven. Porque ser joven es más una apreciación personal que una colección de años vividos. Es posible, pensé.

Cuatro años después de haber expuesto Julián en mi galería de Granada pude ver dos obras de él en la Feria de Arte de Sevilla. Pregunté en el stand y me dijeron que el tal Julian dejó el mundo de la pintura y que ahora tocaba la batería en un grupo de jazz de "veteranos" por los hoteles y restaurantes de la costa.

La pregunta que me hice fue, si durante esos años Julian se sintió pleno, renacido y sublime como él deseaba y si valió la pena aquella aventura. Recordé el dicho castellano: "Al buen día, mételo en casa" que quiere decir que se aconseja aprovechar cualquier ocasión  favorable y después... ya se verá.

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