viernes, 27 de septiembre de 2019

Un cuento para el Otoño

El Tren

El paisaje que se contemplaba a través de la ventanilla del vagón era monótono y aburrido. Una gran llanura, hasta donde alcanzaba la vista, transcurría a la misma velocidad que la que el tren se desplazaba; los ojos somnolientos de Jacinto comenzaron a cerrarse poco a poco para quedar éste sumido en un narcotizante duermevela.

Quizá debido a un traqueteo súbito del coche o al chirriar estridente producido por las ruedas sobres los raíles en una curva fue la causa por lo que Jacinto despertó sobresaltado. Se asustó. Abrió sus ojos, se enderezó sobre su duro asiento de madera y aflojándose el nudo de la corbata miró extrañado a su alrededor. Sus glúteos estaban adormecidos a causa de la dureza de los finos tablones de la bancada. ¿Qué hacía él en ese horrible tren, dónde iba y para qué? Se preguntó angustiado. Un sudor frío le recorrió la espalda, desde la nuca hasta el cóccix. Contempló a los otros viajeros que estaban en su compartimento: hombres de caras tristes, mujeronas vocingleras y alegres que daba de mamar a sus críos, niños que entraban y salían del recinto para jugar por el pasillo. Maletas y  hediondos paquetes pringosos por doquier.

-¿Dónde va este tren?- preguntó Jacinto al viajero que se sentaba frente a él y que acababa de doblar un periódico que se supone estaba leyendo.
-¡Santo cielo! ¡Qué pregunta me hace usted! ¡Quien sabe donde vamos! No lo se , no lo sabemos -se excusó el lector mientras limpiaba sus gafas con un pañuelo de papel.
Jacinto intentó buscar una explicación del por qué viajaba en aquel desastroso vagón tan incómodo, sin aire acondicionado, sin servicio de restaurante y con tanta gente hacinada. A pesar de todo, había personas que aparentaban estar felices. Se lo contó a su compañero accidental de viaje.
-Lo que pasa es que usted ha tomado conciencia, se ha dado cuenta del propio viaje y eso no es bueno, usted piensa demasiado, déjese llevar por el tren. Fíjese en toda esa gente que se baja en cada estación donde para el tren  y contemple como sus familiares y amigos lloran la despedida. Agradezca usted que siga en ese duro asiento cada vez que el tren arranca de nuevo.
-Supongo que existirá una parada final, una meta donde se detenga este tren -dijo angustiado Jacinto.
 Puede ser, pero nadie lo sabe; lo que sí es cierto son esas paradas que el tren hace cada cierto tiempo.
-¿Y todo el tren es tan incómodo y desagradable como este vagón? -preguntó Jacinto a su interlocutor
-¡Qué pena! Nosotros vamos en un coche de tercera clase y es muy difícil pasar al de segunda clase; hay que hacer méritos y tener suerte y no digamos poder pasar a los vagones de primera clase. Allí solo viajan los millonarios, los potentados, los políticos muy señalados, la realeza y toda ese tipo de gente. Impensable para nosotros.
-Sí, pero a la postre todos ellos se bajaran, antes o después, en estaciones intermedias, como los que vamos en este asqueroso coche.
-Veo, amigo mío, dijo el viajero del periódico, que va usted comprendiendo todo lo que sucede en este tren llamado Vida.

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