lunes, 25 de diciembre de 2017

La aparición

La aparición (Un minicuento)

Aquel Verano estaba cargado de sadismo, se deleitaba viendo a los habitantes de aquel pequeño y miserable pueblo como se asaban y se atoraban al respirar el polvo de sus sucias calles.
Algunos parroquianos esperaban que llegara la noche y poder salir a la calle para pasear o sentarse en la terraza del bar El Cuche instalada junto a la carretera. Allí bebían sus cervezas y contemplaban a las mozas y a los mozos que caminaban por el arcén mientras imaginaban lo imaginable.
Jacinto y su esposa, ambos rayando la sesentena, estaban acompañados por una pareja de amigos seniles, pueblerinos, envidiosos y cotillas. El trío formado por la susodicha pareja más la mujer de Jacinto no paraba de hablar.  Éste los oía pero no escuchaba la sarta de memeces que decían y como, entre otras cosas, añoraban un pasado nefasto y mezquino, sacando a relucir aquellos duros inviernos de la posguerra cuando los escolares tenían que llevar, cada uno, una lata con ascuas para evitar no quedar congelados en la clase. Jacinto sentías mareos y contestaba con monosílabos a  las preguntas de los tertulianos mientras que su mente casi entraba en un estado de ataraxia.
Entre el barullo que formaba los tres habladores Jacinto sobreoyó unos tacones de mujer que se acercaba por el lado derecho de la carretera. Su oído derecho percibía con claridad, como si escuchara en estéreo,  el armónico tac-tac de unos tacones mientras que el oído izquierdo lo percibía más débilmente. Cuando ambos oídos se sincronizaron apareció frente a Jacinto la escultural figura de una chica de belleza indescriptible que vestía un ajustado traje verde y calzaba unos zapatos de altísimos tacones. Todos callaron excepto la vieja que dijo:
-Esa va a salir más puta que la madre
-¿Quién es esa chica?- preguntó Jacinto, como distraído, al mismo tiempo que la devoraba con los ojos
-Es la hija de la Risita, la que vive en los Chozos, la que fue abandonada por el marido para fugarse con la Matraca.

-¿Tu eres de Villacatán?- preguntó Jacinto a la bella dependienta de "Modas Javy. Para el Caballero que sabe vestir."
-Sí señor ¿me conoce usted de algo? -preguntó Adela mientras descolgaba otra americana del perchero para que se lo probara Jacinto. 
El armario de Jacinto comenzó a llenarse de trajes, americanas y camisas de Modas Javy, la tienda más lujosa de la ciudad.

Jacinto se matriculó en una escuela de arte de la capital. Así -le dijo a su esposa- salgo del pueblo dos veces a la semana, me distraigo y no caigo en la desesperación viviendo en este triste lugar.

Jacinto, muy cortés, llamó al timbre de la puerta a pesar de que tenía las llaves para entrar. Cuando Adela dejó pasar a Jacinto lo besó al mismo tiempo que le susurraba: pasa cariño, te echaba de menos. 




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