domingo, 26 de julio de 2020

El Agosto de la Marquesa (Un cuento para el verano)

El Agosto de la Marquesa 

Puente Negro, un pueblo de la provincia de Córdoba, año 1941. Los segadores, ellos y ellas, vuelven caminando a casa tras diez horas de faena, sudados, sucios y rotos por el duro trabajo. Adela Fuente, 22 años de edad, entró en el cobertizo donde su madre le tenía preparado un lebrillo con agua para bañarse. Se despojó de sus andrajos. Cuando salió fresca y oliendo a jabón casero, una mezcla de sosa y algo más, comenzó a secar su cuerpo. Su magnífico cuerpo, bien formado, de carnes prietas y senos bien puestos. De nalgas angelicales y muslos contorneados. Antes de vestirse hizo el ritual de todas las tardes, verse desnuda reflejada en un trozo de espejo. Poco te queda para dejar de pasar estas calamidades -se dijo Adela mientras se vestía con sus humildes y limpias ropas.

¿Cómo, es que te vas a Madrid? -preguntó la sorprendida madre de Adela mientras que esta preparaba la maleta para el viaje. Ten cuidado con lo que haces -siguió perorando la madre mientras que observaba empacar la ropa- allí en la capital hay muchos sinvergüenzas que cuando te vean tan hermosa harán lo que sea para engañarte. 
Las tablas del asiento de tercera clase del tren se le marcaron a Adela en las posaderas, una huella que le duró varios días. A pesar de todo no se le hizo largo el viaje a la jornalera y de vez en cuando palpaba la carta-contrato de trabajo para trabajar como criada en una casa de postín. 

Pasó un año, quizá algún tiempo más, cuando Adela fue invitada por otra criada para asistir a un sarao de señoritos, ya maduritos, de la alta sociedad. Mil pesetas por la juerga y dos mil pesetas más si ella consentía. ¿Consentía? - preguntó suspicazmente a Juana. No seas tonta, leñe, que te dejes que te monte. ¡ Tres mil pesetas, el sueldo de tres meses trabajando de criada!

Entraron en un hotelito del Paseo de la Castellana. Las dos chicas con más experiencia se fueron con dos caballeros cincuentones. Ella, Adela, tuvo que entretener a un hombre mayor aunque muy pulcro, que rondaría los sesenta años de edad: don Ginés Sarmiento. 

Tras el sonado divorcio, don Ginés Sarmiento, marqués de Sarmiento de Montepelado, casó con Adela Fuentes, ex-jornalera andaluza, ex-sirvienta, ex-meretriz y ahora Marquesa de Sarmiento de Montepelado. Adela tuvo tanto afán de salir de su pasada situación social que en un año, eso sí, con buenos educadores, escribía casi sin falta de ortografía, entendía de la moda parisina e incluso balbuceaba algunas frases literarias.. 

Por la escalera imperial del Gran Casino de Madrid, en la fiesta de gala tras la suntuosa cena, bajaron los marqueses de Sarmiento. Ella elegantemente vestida por Balenciaga y con su habitual porte mayestático, como ausente, pero esplendorosa. El marqués con un frac negro que le sentaba fatal debido a su corta talla y a una chepa que cada vez se le notaba más. La marquesa descendía la escalera casi al compás de la música, todo el mundo la miraba. Más los hombres que las damas.
Adela bajaba un escalón, paraba y miraba a los lados. Solo veía sonrisas de admiración. Llevada  un precioso abanico de marfil, plegado,  en su mano derecha. Como un flash le vino a las mientes su triste y pobre pasado: hacía un lustro que vivía en la miseria en su pueblo cordobés y ahora, con ésto, señaló imperceptiblemente  su "zona privada", la que está por debajo de la cintura, conseguí todo aquello con lo que soñé. 


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