jueves, 22 de octubre de 2015

¿POR QUÉ MENTIMOS?

¿Por qué mentimos con tanta frecuencia?

Si preguntamos a cualquier persona si suele mentir siempre contestará con una mentira: que él o ella nunca miente.
Según los entendidos engañar levemente a los demás es una manera casi natural para crearnos un aura de autoestima de la cual estamos tan necesitados. Sin embargo si mentimos por norma es contraproducente ya que nadie nos tomarían en serio. Nietzche dijo que la mentira era una condición más de nuestro comportamiento.

Se ha comprobado que en cualquier conversación entre adultos que sobrepase los diez minutos se suele mentir en un 20% del contenido de dicha conversación. Todos somos mentirosos en más o menos grado. Desde niño nos enseñan a mentir cuando observamos a nuestros padres decir mentiras "piadosas" para contentar a otros.

Aún recuerdo aquel día que una compañera de trabajo llevó a su niño de dos meses para que viésemos el fruto de su último parto. El bebé era feo de verdad, tenía la piel aceitunada y rasgos de simio. Todas las compañeras exclamaron: "Se parece al padre o qué hermoso es" también decían lo de siempre "¡Qué grande está para su tiempo! Cuando me tocó a mí opinar dije lacónicamente ¡Qué zapatitos más bonitos tiene! Dije la verdad, calzaba unos zapatitos de diseño preciosos ya que no me fijé en el rostro simiesco del bebé.

En realidad todos vivimos en una sociedad del engaño, de la mentira y estamos tan acostumbrados a ellas que no nos sorprendemos. Las mentiras de los políticos, de los curas, de los filósofos, de los profesores, de los exegetas de la vida, de la familia, de los amigos y del susum corda. Después vienen las mentiras obligadas que nos hacen decir, las llamadas políticamente correctas: que un cojo es una persona con una relativa  restricción  de inmovilidad, que un ciego es una persona carente de un campo de visión adecuado, que un pobre es una persona con riesgo de exclusión social, que un retrasado mental en un individuo con una diferencia de percepción mental, que un guarro es una persona que rechaza el uso del aseo y así hasta completar una sarta de enormes   idioteces .

Pero también hay mentiras buenas. Cuando el doctor se dirige al enfermo terminal y le dice que se anime, que en un par de meses quedará como nuevo. Cuando el barco está apunto de hundirse y el capitán dice por megafonía a los pasajeros mantengan la calma, que solo han sufriso un leve incidente marítimo.  O cuando tenemos un trabajo asqueroso, idiota y pobretón y nos damos importancia entre los amigos o cuando bebemos un vaso de vino tinto con gaseosa, vemos una película porno y nos decimos: "Esto sí es vida: champán y mujeres". ¿Y cuando un piliticastro nos dice, él o ella, que creará trabajo para todos y que quitará la miseria del país? Todo es una pura mentira. Vivimos con un constante síndrome a cuesta, el del espejo de Blancanieves: "¿Soy el mejor de todos? Sí, que lo eres" Y en verdad somos una calamidad. Pero nos gusta mentir y que nos mientan. "¿Que te perece el cuadro que he pintado?" -le pregunta la esposa neurótica a su cansado y triste marido. "Chica, es de  exposición, de verdad, es magnífico" - cuando el pobre hombre sabe que es una mamarrachada pintado por una mal aficionada. Una mentira piadosa puede hacer feliz incluso a una esposa. 

En una encuesta que realizaron en UK se comprobó que la clase media-baja es más mentirosa, por sistema, que la clase media-alta ya que tenía que defender su amor propio de esa mediocridad en la que  habitualmente vive. Había que señalar que su marido era el hombre más inteligente del taller o de la oficina. Que sus hijos eran excelentes estudiantes que ingresarían con una beca en la London School, que su vida era un paraíso lleno de felicidad, que en las próximas vacaciones irían todos a veranear a Grecia y así hasta llenar de fantasías y mentiras una pura realidad: que su vida era aburrida y calamitosa.

¿Es nuestra sociedad una gran mentira? Sí que lo es, pero es la única forma de sobrevivir dentro de una verdad que será siempre inhumana.

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